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martes, 28 de marzo de 2017

Diego Velázquez. Cristo contemplado por el alma cristiana.

Cristo contemplado por el alma cristiana. 1628. Diego Velázquez
Óleo sobre lienzo. Medidas: 165cm x 206cm
National Gallery. Londres

Mira, ánima mía, cuál estaría allí aquél mancebo hermoso y vergonzoso... tan maltratado y tan avergonzado y desnudo. Mira cómo aquella carne tan delicada, tan hermosa como una flor de toda carne, es allí por todas partes abierta y despedazada. Esto escribía fray Luis de Granada en el Libro de la Oración y Meditación, y nos puede ayudar a introducir esta obra de Velázquez, que se titula Cristo después de la flagelación contemplado por el alma cristiana.

Se trata de una obra que no describe el acontecimiento de la Flagelación del Señor, sino destinada a la contemplación del orante cristiano para despertar su devoción. Consta de treds personajes: Cristo, desnudo e irradiando luz, que mira de frente al espectador; el ángel de la guarda, y el alma cristiana en forma de niño de rodillas. Tirados en el suelo ante Jesús se encuentran los instrumentos de la flagelación: varias y el flagelo.

El derrumbe de Cristo, su cuerpo desnudo y maltratado y, sobre todo, su mirada llena de ternura, buscan invitar al alma cristiana a la compunción. Ese alma cristiana, en palabras del mismo Jesús, ha de hacerse como un niño para entrar en el Reino de los Cielos. Y el pintor busca este efecto sentimental para mover, precisamente, al alma cristiana, a volver a ser como un niño ante Dios, abandonando su perversidad y recuperando la inocencia, por la que Cristo se deja maltratar.

jueves, 9 de julio de 2015

Velázquez. Los hermanos de José entregan su vestido a Jacob

Los hermanos de José entregan su vestido a Jacob. 1630. Velázquez
Óleo sobre lienzo. Medidas: 223 cm x 250 cm.
Monasterio de San Lorenzo del Escorial

En aquellos días, Judá se acercó a José y le dijo: «Permite a tu siervo hablar en presencia de su señor; no se enfade mi señor conmigo, pues eres como el Faraón. Mi señor interrogó a sus siervos: "¿Tenéis padre o algún hermano?", y respondimos a mi señor: "Tenemos un padre anciano y un hijo pequeño que le ha nacido en la vejez; un hermano suyo murió, y sólo le queda éste de aquella mujer; su padre lo adora." Tú dijiste: "Traédmelo para que lo conozca. Si no baja vuestro hermano menor con vosotros, no volveréis a verme." Cuando subimos a casa de tu siervo, nuestro padre, le contamos todas las palabras de mi señor; y nuestro padre nos dijo: "Volved a comprar unos pocos víveres." Le dijimos: "No podemos bajar si no viene nuestro hermano menor con nosotros"; él replicó: "Sabéis que mi mujer me dio dos hijos: uno se apartó de mí, y pienso que lo ha despedazado una fiera, pues no he vuelto a verlo; si arrancáis también a éste de mi presencia y le sucede una desgracia, daréis con mis canas, de pena, en el sepulcro."» 

La primer alectura sigue avanzando en la historia del Patriarca José, en cuya época bajó Israel a Egipto. Hoy se encuentra con los mimos hermanos que antaño le vendieron como esclavo. Ellos no lo saben y José les exige, como condición para recibir los alimentos que necesitan, que Benjamín, le hermano pequeño, permanezca como rehén. Finalmente, conmovido, desvela su personalidad a sus hermanos.

La imagen que contemplamos, pintada por Velázquez, muestra el momento en el que estos hermanos llevan a su Padre, Jacob, los vestidos manchados de sangre de cordero de su hermano José. Judá, al fondo a la derecha, permanece callado y pensativo, con la mano en la boca, no participando del intento de engañar a Jacob.

jueves, 3 de julio de 2014

Velázquez. Santo Tomás

Santo Tomás. XVII. Diego Velázquez
Óleo sobre lienzo. Medidas: 94cm x 73cm.
Museo de Bellas Artes de Orleans

El apóstol Tomás protagonizó, según el evangelista Juan, la escena de la aparición del Resucitado mostrándole sus llagas para vencer su incredulidad. Hoy contemplamos al Apóstol en un lienzo pintado por Velázquez, en el que aparece con el libro, símbolo de su condición de testigo del Señor, y con un bastón de peregrino en la mano, símbolo a su vez de sus viajes evangelizadores.


martes, 1 de abril de 2014

Diego Velázquez. Cristo contemplado por el alma cristiana.

Cristo contemplado por el alma cristiana. 1628. Diego Velázquez
Óleo sobre lienzo. Medidas: 165cm x 206cm
National Gallery. Londres

Mira, ánima mía, cuál estaría allí aquél mancebo hermoso y vergonzoso... tan maltratado y tan avergonzado y desnudo. Mira cómo aquella carne tan delicada, tan hermosa como una flor de toda carne, es allí por todas partes abierta y despedazada. Esto escribía fray Luis de Granada en el Libro de la Oración y Meditación, y nos puede ayudar a introducir esta obra de Velázquez, que se titula Cristo después de la flagelación contemplado por el alma cristiana.

Se trata de una obra que no describe el acontecimiento de la Flagelación del Señor, sino destinada a la contemplación del orante cristiano para despertar su devoción. Consta de treds personajes: Cristo, desnudo e irradiando luz, que mira de frente al espectador; el ángel de la guarda, y el alma cristiana en forma de niño de rodillas. Tirados en el suelo ante Jesús se encuentran los instrumentos de la flagelación: varias y el flagelo.

El derrumbe de Cristo, su cuerpo desnudo y maltratado y, sobre todo, su mirada llena de ternura, buscan invitar al alma cristiana a la compunción. Ese alma cristiana, en palabras del mismo Jesús, ha de hacerse como un niño para entrar en el Reino de los Cielos. Y el pintor busca este efecto sentimental para mover, precisamente, al alma cristiana, a volver a ser como un niño ante Dios, abandonando su perversidad y recuperando la inocencia, por la que Cristo se deja maltratar.

jueves, 22 de agosto de 2013

Velázquez. La Coronación de la Virgen


La coronación de la Virgen. 1635. Diego Velázquez
 Óleo sobre lienzo. Medidas: 178cm x 134cm.
Museo del Prado. Madrid. España

La fiesta de Santa María Reina fue instituida por el papa Pío XII como coronación de la octava en honor de la Asunción de santa María a los cielos. Se trataba de una semana entera de celebración del misterio de la Asunción, a imagen de la octava de Pascua o de Navidad. Esta fiesta hoy se ha rebajado al rango litúrgico de memoria libre, pero nos complace contemplar el misterio de María, la humilde criatura que ha sido elevada a lo alto y puesta como cabeza y cúspide de toda la creación.

La iconografía de la Corornación de la Virgen es muy abundante. Nosotros hemos escogido una obra de la magistral paleta de Velázquez, destinada en origen a la devoción privada de Isabel de Borbón, esposa de Felipe IV, en la que destaca el equilibrio y la serenidad de la composición, llamada a la meditación sosegada e íntima. La obra pertenecía al oratorio de dicha reina, en el primitivo Alcázar madrileño.

Como precedentes formales se han apuntado pinturas y estampas de varios autores: El Greco, Martin de Vos o incluso Rubens, aunque en todo caso la interpretación personal de Velázquez supera cualquier filiación. Es muy interesante la composición en triángulo que hace el pintor, haciendo presente a la entera trinidad, que hace partícipe de su única luz a la Virgen. Puede entenderse como una expresión muy adecuada del misterio de la plenitud de la criatura y, en María, de la entera creación, en la salvación de Dios. 

San Amadeo de Lausana encomiaba la grandeza de María, reina del mundo y de la paz, en un sermón que decía así:

Observa cuán adecuadamente brilló por toda la tierra, ya antes de la asunción, el admirable nombre de María y se difundió por todas partes su ilustre fama, antes de que fuera ensalzada su majestad sobre los cielos. Convenía, en efecto, que la Madre virgen, por el honor debido a su Hijo, reinase primero en la tierra y, así, penetrara luego gloriosa en el cielo; convenía que fuera engrandecida aquí abajo, para penetrar luego, llena de santidad, en las mansiones celestiales, yendo de virtud en virtud y de gloria en gloria por obra del Espíritu del Señor.

Así pues, durante su vida mortal, gustaba anticipadamente las primicias del reino futuro, ya sea elevándose hasta Dios con inefable sublimidad, como también desceñdiendo hacia sus prójimos con indescriptible caridad. Los ángeles la servían, los hombres le tributaban su veneración. Gabriel y los ángeles la asistían con sus servicios; también los apóstoles cuidaban de ella, especialmente san Juan, gozoso de que el Señor, en la cruz, le hubiese encomendado su Madre virgen, a él, también virgen. Aquéllos se alegraban de contemplar a su Reina, éstos a su Señora, y unos y otros se esforzaban en complacerla con sentimientos de piedad y devoción.

Y ella, situada en la altísima cumbre de sus virtudes, inundada como estaba por el mar inagotable de los carismas divinos, derramaba en abundancia sobre el pueblo creyente y sediento el abismo de sus gracias, que superaban a las de cualquiera otra criatura. Daba la salud a los cuerpos y el remedio para las almas, dotada como estaba del poder de resucitar de la muerte corporal y espiritual. Nadie se apartó jamás triste o deprimido de su lado, o ignorante de los misterios celestiales. Todos volvían contentos a sus casas, habiendo alcanzado por la Madre del Señor lo que deseaban.

Plena hasta rebosar de tan grandes bienes, la Esposa, Madre del Esposo único, suave y agradable, llena de delicias, como una fuente de los jardines espirituales, como un pozo de agua viva y vivificante, que mana con fuerza del Líbano divino, desde el monte de Sión hasta las naciones extranjeras, hacía derivar ríos de paz y torrentes de gracia celestial. Por esto, cuando la Virgen de las vírgenes fue llevada al cielo por el que era su Dios y su Hijo, el Rey de reyes, en medio de la alegría y exultación de los ángeles y arcángeles y de la aclamación de todos los bienaventurados, entonces se cumplió la profecía del Salmista, que decía al Señor: De pie a tu derecha está la reina, enjoyada con oro de Ofir.

martes, 30 de abril de 2013

Cristo crucificado


Cristo crucificado, 1632. Obra de Diego Rodríguez de Silva y Velázquez
Óleo sobre lienzo, 248 x 169 cm
Museo del Prado, Madrid. España

Ante esta imagen el evangelio de hoy (Jn 14, 27-31a) me suscita algunos pensamientos. Cristo nos deja la paz, una paz que es diferente a como la da el mundo, una paz que ha de pasar por la cruz y la humillación, una paz que nace de la serenidad del corazón cuando se defiende la Verdad. Cristo nos anima y nos dice, que no tiemble nuestro corazón, que no seamos cobardes que seamos capaces de contestar ante quien nos quier subyugar a su caprichos y hacernos esclavos de sus deseos. 

Hoy creemos encontrar la paz acomodándonos en un buen puesto, con buenas condiciones y "calidad de vida" pero, sin embargo, la paz que Cristo nos enseña es, paradojicamente, vista como una guerra, una lucha de contrarios, un nadar contra la corriente que no tiene en la Verdad, que es Cristo, su fundamento. En Mateo 10:34-36 leemos: “No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada. Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra; y los enemigos del hombre serán los de su casa.” 

Hemos de ser fieles a la verdad, nos cueste lo que nos cueste, Cristo subió al leño por enfrentarse al mal y así nos liberó de ese mismo mal que nos envuelve y corroe; ¿a quien le gusta estar en la cruz? Tenemos, sin embargo la confianza de que Él nos sostiene en todo ese trance y nuestra conciencia, como la conciencia de tantos mártires, que llegaron a dar la vida por la Verdad, por Cristo, nos fortifica y confirma.

Cristo nos habla del Padre y en éste estamos seguros y a buen recaudo, a pesar de los sufrimientos y los dolores pasajeros del mundo. Vivimos aquí, pero como extranjeros y anhelamos nuestro regreso a la verdadera patria.

El Maestro nos enseña a amar mas la voluntad del Padre que plegarnos a la voluntad del Príncipe del mundo. Incluso en nuestra casa, dice Mateo, encontraremos enemigos, que camuflados tantas veces en pequeños "señoritos" quieren gobernar su señorío a su imagen y semejanza y no a la del evangelio y en plena comunión con la Iglesia de Cristo. Tantos pequeños señores nos quieren  encandilar y nos quieren seducir acomodándonos a sus antojos. Por eso debemos estar alertas  y saber que hacer, la voluntad del Padre, ésta hará que nuestro retorno a casa sea cierta y segura, a pesar del modo en que lo hagamos. Solo la Verdad nos hará libres, solo a través de la cruz encontrémonos la verdadera serenidad, la paz y la luz.

"La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. 
Me habéis oído decir: "Me voy y vuelvo a vuestro lado." Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo.
Ya no hablaré mucho con vosotros, pues se acerca el Príncipe del mundo; no es que él tenga poder sobre mi, pero es necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre, y que lo que el Padre me manda yo lo hago."
(Jn 14, 27-31a)

El comentario que hace la pagina web del Museo del Prado dice con mucho acierto: "Representación serena de un Cristo inerte, apolíneo en sus proporciones y clavado con cuatro clavos, según aconseja el maestro y suegro del pintor, Francisco Pacheco, que pinta en 1614 de modo semejante el mismo tema. Al apoyar los pies en un subpedáneo y eliminarse cualquier referencia espacial, se acentúa la sensación de soledad, silencio y reposo, frente a la idea de tormento de la Pasión."  

La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde.