lunes, 10 de junio de 2013


Sermón de la Montaña, 1481-82. Obra de Cosimo Rosselli. 
Fresco, 349 x 570 cm. 
Capilla Sixtina, Vaticano

Sentado, pues, sobre una colina, vemos a Jesús hoy en el evangelio (Mateo 5, 1-12),  desde donde dominaba la multitud, rodeado de sus apóstoles y con el pueblo congregado en torno suyo, el Salvador tomó la palabra y no temió oponer á las pretendidas felicidades del hombre caído, estas bienaventuranzas divinas que ninguna lengua humana había aún proclamado:

En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles:
«Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.
Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.
Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.
Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán la misericordia.
Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios.
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo, que de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.»

Quince siglos antes, desde la cima de otra montaña, el mismo Dios había dictado el precepto fundamental impuesto por Él al pueblo como una condición esencial de su alianza. Los ecos del desierto repetían aún las solemnes palabras caídas entonces desde el Sinaí: “Escucha, oh Israel, yo soy el Señor tu Dios, yo soy quien te ha sacado de la servidumbre del Egipto. No tendrás otro Dios delante de mí, porque yo soy el Señor tu Dios, el Dios fuerte y celoso”.

Mas, al tender Jesús una mirada sobre el mundo, vio que todos los pueblos judíos y gentiles adoraban, en presencia del verdadero Dios, a falsas divinidades, personificación vergonzosa de los vicios que manchaban su corazón. Sus dioses o diosas eran el orgullo, la avaricia, la lujuria, la envidia, la cólera, la gula y la pereza. En vez de buscar las bendiciones de Dios, todos, aún el judío, creían encontrar la felicidad en la satisfacción de las pasiones. El fariseo se embriagaba de gloria; el saduceo, de innobles placeres; todos ellos amaban el oro y la plata más que a la Ley, más que a Dios mismo. Y era tal la perversidad de la naturaleza humana, que en los momentos mismos en que Jesús restablecía el reino de Dios sobre la tierra, oía resonar por doquier, en Oriente y en Occidente, en Jerusalén y en Roma, el canto de aquellos idólatras:

“Felices los ricos que disponen á su antojo de los bienes de este mundo.
“Felices los poderosos que reinan sobre millares de esclavos.
“Felices aquellos que no conocen las lágrimas y cuyos días transcurren en las diversiones y placeres.
“Feliz el ambicioso que puede saciarse de dignidades y honores.
“Feliz el hombre sensual saturado de festines y voluptuosidades.
“Feliz el hombre sin compasión que puede satisfacer su sed de venganza y hacer trizas á su enemigo,
“Feliz el hombre sanguinario que pulveriza bajo su planta á los pueblos vencidos.
“Feliz el tirano que oprime al justó en la tierra y destruye en el mundo el reino de Dios”.

Así cantaban, siglos hacía, los hijos del Viejo Adán.
Las turbad reunidas en la montaña, no conocían otros principios sobre la felicidad y muchos se preguntaban desde largo tiempo, si tales máximas tendrían aceptación en el reino de que se decía fundador Jesús. Aguardábase con impaciencia que se explicase claramente acerca de las disposiciones requeridas para entrar en el número de sus discípulos.

Con las bienaventuranzas, jamás oídas, Jesús, verdadero Salvador del mundo, declaraba a los hombres viciosos que, para entrar en su reino y volver a hallar la verdadera felicidad, era necesario reinstalar en su corazón al Dios que de él habían arrojado y hacer guerra abierta a las falsas divinidades, es decir, a las siete pasiones, fuente de todas nuestras desgracias.

Predicaba a los avaros la pobreza, a los orgullosos la dulzura, a los voluptuosos la castidad, a los perezosos y sensuales el trabajo y las lágrimas de la penitencia, a los envidiosos la caridad, a los vengativos la misericordia, a los perseguidos los goces del martirio. El alma no pasa de la muerte a la vida ni restablece en ella el reino de Dios, ni comienza a gozar en la tierra de la bienaventuranza del reino de los cielos, sino mediante el sacrificio de sus instintos depravados.

Mientras que Jesús hablaba, la mayor parte de los asistentes parecían estupefactos ante aquellas bienaventuranzas, calificadas hasta entonces de verdaderas maldiciones. Escudriñaban la fisonomía del predicador para tratar de sorprender en ella el sentido de sus palabras; pero su rostro permanecía tranquilo como la verdad; su voz dulce y penetrante, no revelaba emoción alguna. Dirigíase a una nueva raza de hombres más noble que la de los patriarcas, más santa que la de Moisés; a la raza nacida; del soplo del Espíritu: divino. Más esto lo comprendían únicamente aquellos a quienes una luz celestial comunicaba la inteligencia de estas misteriosas enseñanzas.

En cuanto a los codiciosos y soberbios fariseos, dábanse de muy buena gana por excluidos de un reino abierto sólo a las almas bastante enamoradas de Dios para despreciar los bienes de este mundo, los honores terrenos y los placeres carnales. Irritábanse contra este soñador que condenaba todas las acciones de su vida y todas las aspiraciones de su corazón. 

Volviéndose entonces hacia los apóstoles encargados de extender su reino, les anunció que los hijos del siglo y sus falsos doctores no cesarían de hacer la guerra a los ministros de Dios, es decir, a todos los que predicaren y practicaren las virtudes enseñadas en la montaña; pero estos embajadores del Padre que está en los cielos, harían traición a su mandato si callasen por temor a los malvados, dejando a las almas sumergirse en la corrupción y en las tinieblas.

Que vuestra luz, pues, brille delante de los hombres, a fin de que vean vuestras buenas obras y glorifiquen á vuestro Padre que está en los cielos.

(Cf. R.P. Berthe, de su obra “Jesucristo. Su vida, Su Pasión, Su triunfo”. Traducción por el E.P. Agustín Vargas. Ed. Establecimientos Benziger & Co. S. A., Tipógrafos de la Santa Sede Apostólica. Insiedeln, Sotza, 1910.)

A la llamada de Jesucristo: "Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, que yo os aliviaré", acude un leproso (parte inferior derecha), quien le ruega que lo libre de su mal. Según la Sagrada Escritura, en el Sermón de la Montaña no hubo curaciones, pero el artista que hoy nos ocupa quiso probablemente transmitir el mensaje de que las palabras del Señor podían salvar a a todo aquel que "impuro" se acercase a Él con verdadera fe y confianza..

Cosimo Rosselli será uno de los más favorecidos en el reparto de la decoración de la Capilla Sixtina ya que se encargará de realizar cuatro escenas, ayudado en algunas por su discípulo Piero di Cosimo. Esta imagen es la continuación de la Vocación de los primeros apóstoles pintada por Ghirlandaio, mostrando en la zona central a Cristo durante el sermón de la montaña, rodeado de todos los discípulos y, a la derecha, la curación del leproso. Las dos escenas se insertan en un paisaje que más bien parece un telón de fondo, en el que se distribuyen figurillas y edificios para acentuar la perspectiva. 

domingo, 9 de junio de 2013

Resurrección del hijo de la viuda de Naín


Resurrección del hijo de la viuda de Naín, 1530-1532. Matthias Gerung
Tinta sobre pergamino. Biblia Ottheinrich, Folio 81V 
Biblioteca estatal de Baviera. Munchen. Alemania

¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate! así llamo Jesúa al hijo de la viuda de Naim.

En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y mucho gentío.
Cuando se acercaba a la entrada de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba.
Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo: "No llores."
Se acercó al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo: "¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!"
El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre.
Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios, diciendo: "Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo."
La noticia del hecho se divulgó por toda la comarca y por Judea entera. 

Lucas 7, 11-17
San Agustin dice al respecto del texto: 

Al cristiano no ha de caberle la menor duda de que también ahora son resucitados los muertos. Pero si bien es verdad que todo hombre tiene unos ojos capaces de ver resucitar muertos, como resucitó el hijo de esta viuda de que hace un momento nos hablaba el evangelio, no lo es menos que no todos tienen ojos para ver resucitar a hombres espiritualmente muertos, a no ser los que previamente resucitaron en el corazón. Es más importante resucitar a quien vivirá para siempre que resucitar al que ha de volver a morir.

De la resurrección de aquel joven se alegró su madre viuda; de los hombres que cada día resucitan espiritualmente se regocija la Madre Iglesia. Aquél estaba muerto en el cuerpo; éstos, en el alma. La muerte visible de aquél visiblemente era llorada; la muerte invisible de éstos ni se la buscaba ni se la notaba.

La buscó el que conocía a los muertos: y conocía a los muertos únicamente el que podía devolverles la vida. Pues de no haber venido el Señor para resucitar a los muertos, no habría dicho el Apóstol: Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz. Oyes que duerme cuando dice: despierta tú que duermes: pero comprende que está muerto cuando escuchas: Levántate de entre los muertos. Muchas veces se llama durmientes a los visiblemente muertos. Y realmente, para quien es capaz de resucitarlos, todos duermen. Para ti, un muerto es un muerto sin más: por más que lo sacudas, por más que lo pellizques, por más que le pegues no se despierta. Para Cristo, en cambio, dormía aquel muchacho a quien dijo: ¡Levántate!, e inmediatamente resucitó. Nadie despierta tan fácilmente en el lecho, como Cristo en el sepulcro.

Nuestro Señor Jesucristo quería que se entendiera también espiritualmente lo que hacía corporalmente. Pues no acudía al milagro por el milagro, sino para que lo que hacía fuese admirable para los testigos presenciales y verdadero para los hombres intelectuales.

Pasa lo mismo con el que, no sabiendo leer, contempla el texto de un códice maravillosamente escrito: pondera ciertamente la habilidad del copista y admira la delicadeza de los trazos, pero ignora su significado, no capta el sentido de aquellos rasgos: es un ciego mental de buen criterio visual. Otro, en cambio, encomia la obra de arte y capta su sentido: éste no sólo puede ver, lo que es común a todos, sino que, además, puede leer, cosa que no es capaz de hacer quien no aprendió a leer. Así ocurrió con los que vieron los milagros de Cristo sin comprender su significado, sin intuir lo que en cierto modo insinuaban a los espíritus inteligentes: se admiraron simplemente del hecho en sí; otros, por el contrario, admiraron los hechos y comprendieron su significado. Como éstos debemos ser nosotros en la escuela de Cristo.

Sermón 98 (1-3: PL 38, 591-592)

sábado, 8 de junio de 2013


Jesús niño en la puerta del templo, 1660. Obra de Claudio Coello
Óleo sobre lienzo. 168 x 122 cm. 
Museo del Prado, Madrid. España

El evangelio de hoy sábado (Lc 2, 41-51), uno de los más difíciles de interpretar y que está incrustado entre los vv. 40 y 52, relativos al desarrollo armonioso y a la "sabiduría" creciente del Niño. Es absolutamente razonable suponer que esas alusiones a la sabiduría de Jesús constituyen la clave de la inteligencia del relato. 

Vemos además como el evangelista señala a María "conservaba todas esas cosas en su corazón" (v.51). Esta expresión refleja en general, sobre todo en San Lucas, la actitud de quien presiente la realidad de un oráculo profético (Lc 1, 66; 2, 19, 51; Gén 37, 11; Dan 4, 28; 7, 28 (LXX); ap 22, 7-10). Ahora bien, el reproche que Jesús hace a sus padres: "¿No sabíais que tengo que estar...?" (v.49), es la expresión que formula habitualmente para remitir a su auditorio a las Escrituras a las que da cumplimiento, y más especialmente a los oráculos que dicen referencia a su muerte y a su resurrección (Lc 9, 22; 13, 33; 17, 25; 22, 37; 24, 7, y , sobre todo, 24, 27; 24, 44). Esto equivale a decir: "¿Es que no habéis leído eso en la Escrituras y no es, acaso, insoslayable el cumplimiento de esas Escrituras?" Así es como muchos detalles accesorios del relato adquieren un relieve extraordinario y convencen al lector de que la primera subida de Cristo a Jerusalén es el presagio de su subida pascual. En uno y otro caso se le busca a Jesús sin encontrarle (Lc 2, 44-45 y 24, 3, 23-24); y también en ambos casos se le encuentra al cabo de tres días (Lc 2, 46; cf. Lc 24, 7, 21, 46; Act 10, 40; Os 6, 2); en ambos casos es la voluntad del Padre la que anima y orienta la conducta de Jesús (Lc 2, 49; cf. Lc 22, 42); en ambos caso, finalmente, la escena se desarrolla en el curso de una fiesta de Pascua (Lc 2, 41; cf. Lc 22, 1). 

Al redactar este relato, unos cincuenta años después de este acontecimiento, Lucas sabe qué misión presagiaba este episodio, y su forma de escribir permite que el lector lo comprenda también: estos acontecimientos hay que leerlos a la luz de la muerte y de la resurrección del Señor.

La sabiduría de Cristo ha consistido, para Lucas, en comprender los designios del Padre sobre El y en anteponer su cumplimiento a toda otra consideración. Sus padres no tienen aún esa sabiduría; pero, al menos, respetan ya en su Hijo una vocación que trasciende el medio familiar. 

Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua.
Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres.
Éstos, creyendo que estaba en la caravana, hicieron una jornada y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén en su busca.
A los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas; todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba.
Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre:
-«Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados.»
Él les contestó:
-«¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?» Pero ellos no comprendieron lo que quería decir. Él bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba todo esto en su corazón.

viernes, 7 de junio de 2013

Corazón de Jesús


Sagrado Corazón de Jesús, 1767. Obra de Pompeo Batoni
Óleo sobre cobre 
Iglesia de Jesús,  Roma. Italia

Hoy,  viernes posterior al II domingo de Pentecostés, celebra la Iglesia la solemnidad del Corazón de Jesús. 

Los elementos esenciales de esta devoción decia Juan Pablo II "pertenecen de manera permanente a la espiritualidad propia de la Iglesia a lo largo de toda la historia", pues, desde siempre, la Iglesia ha visto en el Corazón de Cristo, del cual brotó sangre y agua, el símbolo de los sacramentos que constituyen la Iglesia; y, además, los Santos Padres han visto en el Corazón del Verbo encarnado "el comienzo de toda la obra de nuestra salvación, fruto del amor del Divino Redentor del que este Corazón traspasado es un símbolo particularmente expresivo".

Tal como afirma el Vaticano II, el mensaje de Cristo, el Verbo encarnado, que nos amó "con corazón de hombre", lejos de empequeñecer al hombre, difunde luz, vida y libertad para el progreso humano y, fuera de Él, nada puede llenar el corazón del hombre (cf Gaudium et spes, 21). Es decir, junto al Corazón de Cristo, "el corazón del hombre aprende a conocer el sentido de su vida y de su destino". 

Existe un rico magisterio pontificio dedicado a explicar los fundamentos y a promover la devoción al Corazón de Jesús: desde las encíclica “Annum Sacrum”  en la que hablaba de la Consagración del Género Humano al Sagrado Corazón de Jesús (25 de mayo de 1899) y "Tametsi futura", de León XIII; pasando por "Quas primas" y "Miserentissimus Redemptor", de Pío XI; hasta "Summi Pontificatus" y "Haurietis aquas", del Papa Pío XII. Igualmente, Pablo VI dirigió en 1965 una Carta Apostólica a los Obispos del orbe católico, "Investigabiles divitias". En ella animaba a: "actuar de forma que el culto al Sagrado Corazón, que - lo decimos con dolor - se ha debilitado en algunos, florezca cada día más y sea considerado y reconocido por todos como una forma noble y digna de esa verdadera piedad hacia Cristo, que en nuestro tiempo, por obra del Concilio Vaticano II especialmente, se viene insistentemente pidiendo..." 
Benedicto XVI, el 11 de junio de 2010, en la clausura del año sacerdotal decia: "La liturgia interpreta para nosotros el lenguaje del corazón de Jesús, que habla sobre todo de Dios como pastor de los hombres, y así nos manifiesta el sacerdocio de Jesús, que está arraigado en lo íntimo de su corazón; de este modo, nos indica el perenne fundamento, así como el criterio válido de todo ministerio sacerdotal, que debe estar siempre anclado en el corazón de Jesús y ser vivido a partir de él."

Dice el l Catecismo de la Iglesia Católica, 2669: "La oración de la Iglesia venera y honra al Corazón de Jesús, como invoca su Santísimo Nombre. Adora al Verbo encarnado y a su Corazón que, por amor a los hombres, se dejó traspasar por nuestros pecados." y en el 478, "Jesús, durante su vida, su agonía y su pasión nos ha conocido y amado a todos y a cada uno de nosotros y se ha entregado por cada uno de nosotros: "El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Ga 2, 20). Nos ha amado a todos con un corazón humano. Por esta razón, el sagrado Corazón de Jesús, traspasado por nuestros pecados y para nuestra salvación (cf. Jn 19, 34), "es considerado como el principal indicador y símbolo...del amor con que el divino Redentor ama continuamente al eterno Padre y a todos los hombres (Pío XII, Enc."Haurietis aquas": DS 3924; cf. DS 3812)."

Podemos leer mas aquí sobre la devoción al corazón de Jesús.

jueves, 6 de junio de 2013

Tobías y Sara


Las bodas de Tobias y Sara. 1660. Obra de  Jan Havicksz Steen. 
Óleo sobre lienzo, 81 x 123 cm.
Museum Bredius. La Haya. Holanda

Estamos leyendo estos días en la liturgia de la palabra el libro de Tobías que analiza la presencia de Dios en las relaciones familiares, expresadas de manera concreta en el acompañamiento que el arcángel Rafael hace a Tobías, un joven lleno de fe que va a buscar esposa y finalmente se casa con ella tras sortear enormes dificultades con la ayuda del ángel enviado por Dios.

Tobit, un deportado de la tribu de Neftalí, piadoso y caritativo, que da ciego en Ninive. Por otra parte, su pariente Ragüel de Ecbatana tiene un hija, Sara quien trata de quitarse la vida a causa de los insultos de su criada, que la acusa de asesina; esto se debe a que la joven, que ha contraído matrimonio siete veces, ha enviudado de todos sus maridos y sigue siendo virgen, estos maridos son eliminados por el demonio, Asmodeo.  

Tobit y Sara rezan a Dios pidiendo que los libre de sus desgracias. Dios hará que las dos angustiosas plegarias se conviertan en alegría, y es entonces cuando el arcángel Rafael es enviado por Dios para conducir a Tobías, hijo de Tobit, a casa de Sara, desposándose con ella y a su vez dando a Tobías el remedio para eliminar a demonio Asmodeo y curara a Tobit.

Este libro nos puede ayudar a descubrir como la Providencia Divina actúa en nuestras vidas en las cosas más cotidianas. Como diría san Pablo,  "Sabemos, además, que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman, de aquellos que él llamó según su designio." (Rom  8, 28). Dios se interesa por el hombre y sus problemas, utilizando a un instrumento fiel y efectivo, en este caso el arcángel Rafael,  para lograr sus fines.

La función de Dios no es suprimir el mal en la vida de los hombres: si tal hiciera, suprimiría también el libre albedrío, factor crítico del plan divino. Lo que Dios hace es intervenir para corregir las desviaciones introducidas por el demonio, y siempre lo hace por caminos tortuosos y poco evidentes.

El libro de Tobit aporta el concepto de matrimonio como sacramento religioso y el del libre albedrío como dosis de libertad imprescindible para que el hombre se eleve hacia Dios, además ofrece una visión primitiva del Mesías que ha de venir, y como en afirma que en la Nueva Jerusalén serán convocados todos los pueblos, especialmente en el canto del capítulo 13.

"¡Bendito sea Dios, que vive eternamente, y bendito sea su reino! 
13:2 Porque él castiga y tiene compasión, hace bajar hasta el Abismo y hace subir de la gran Perdición, sin que nadie escape de su mano. 
13:3 ¡Celébrenlo ustedes, israelitas, delante de todas las naciones! Porque él los ha dispersado en medio de ellas, 
13:4 pero allí les ha mostrado su grandeza. Exáltenlo ante todos los vivientes porque él es nuestro Señor, nuestro Dios y nuestro Padre, él es Dios por todos los siglos.
13:5 Él los castiga por sus iniquidades,
pero tendrá compasión de todos ustedes,
y los congregará de entre todas las naciones
por donde han sido dispersados. 
13:6 Si vuelven a él 
de todo corazón y con toda el alma,
practicando la verdad en su presencia,
él se volverá a ustedes
y no les ocultará más su rostro. 
13:7 Miren lo que ha hecho con ustedes
y celébrenlo en alta voz.
Bendigan al Señor de la justicia
y glorifiquen al Rey de los siglos. 
13:8 Yo lo celebro en el país del destierro,
y manifiesto su fuerza y su grandeza a un pueblo pecador.
¡Conviértanse, pecadores,
y practiquen la justicia en su presencia!
¡Quién sabe si él no les será favorable
y tendrá misericordia de ustedes! 
13:9 Yo glorifico a mi Dios, el Rey del cielo,
y mi alma proclama gozosamente su grandeza. 
13:10 Que todos lo celebren en Jerusalén:
Jerusalén, Ciudad santa,
Dios te castigó por las obras de tus hijos,
pero volverá a compadecerse de los hijos de los justos. 
13:11 Alaba dignamente al Señor
y bendice al Rey de los siglos,
para que su Templo sea reconstruido con alegría,
13:12 para que Dios alegre en ti a todos los desterrados
y muestre su amor a todos los desdichados,
por los siglos de los siglos. 
13:13 Brillará una luz resplandeciente
hasta los confines de la tierra;
pueblos numerosos llegarán a ti desde lejos,
y los habitantes de todos los extremos de la tierra
vendrán hacia tu santo Nombre,
con las manos llenas de ofrendas para el Rey del Cielo.
Todas las generaciones manifestarán en ti su alegría,
y el nombre de la Ciudad elegida
permanecerá para siempre. 
13:14 ¡Malditos sean los que te insulten,
malditos los que te destruyan,
los que derriben tus murallas,
los que echen por tierra tus torres
y los que incendien tus casas!
Pero ¡benditos para siempre los que te edifiquen! 
13:15 Entonces tú te alegrarás y te regocijarás
por los hijos de los justos,
porque todos ellos serán congregados
y bendecirán al Señor de los siglos.
¡Felices los que te aman,
felices los que se alegran por tu paz! 
13:16 ¡Felices los que se afligieron por tus desgracias,
porque se alegrarán en ti
y verán para siempre toda tu felicidad!
¡Bendice, alma mía, al Señor, el gran Rey, 
13:17 porque Jerusalén será reconstruida,
y también su Templo por todos los siglos!
¡Feliz de mí, si queda alguien de mi descendencia
para ver tu gloria y celebrar al Rey del cielo!
Las puertas de Jerusalén serán hechas de zafiro y esmeralda,
y todos sus muros, de piedras preciosas;
las torres de Jerusalén serán construidas de oro,
y sus baluartes, de oro puro.
Las calles de Jerusalén serán pavimentadas
de rubíes y de piedras de Ofir; 
13:18 las puertas de Jerusalén resonarán con cantos de alegría;
y todas sus casas dirán: ¡Aleluya!
¡Bendito sea el Dios de Israel!
Y los elegidos bendecirán el Nombre santo,
por los siglos de los siglos".



miércoles, 5 de junio de 2013

La Gloria


La Gloria o adoración del nombre de Dios, 1772. Francisco de Goya
Pintura al fresco. 700 x 1500 cm. 
Basílica del Pilar. Zaragoza. España

Francisco de Goya pinto la gloria de Dios como una escena llena de ángeles que están de forma ininterrumpida en presencia de Dios. Representó un rompimiento celestial en el que grupos de ángeles músicos y cantores, a distintos niveles, glorifican el Nombre de Dios, escrito en hebreo dentro de un triángulo, símbolo de la Suma Perfección. Los ángeles de los extremos cierran la composición y conducen la visión hacia el fondo. 

Entre mayo y primeros de junio de 1772, Goya pintó al fresco en la bóveda del Coreto del Pilar, frente a la Santa Capilla de la Virgen, La Adoración del Nombre de Dios, su primera obra importante tras volver de Italia, con la que deseaba consagrarse artísticamente en Zaragoza. Aquí demostró lo que había aprendido en las iglesias de Roma y en las grandes decoraciones de los maestros del Barroco y del Rococó. Los cielos amarillentos, dorados y rojizos están dentro de la  mas pura tradición rococó romano-napolitana.

El motivo fundamental de elegir esta pintura hoy ha sido por el texto evangélico de hoy (Mc 12, 18-27) en el cual Jesús se enfrenta con una cuestión propuesta por los  del partido saduceo que eran los jefes de los sacerdotes y administradores del pueblo de Dios. Estos eran partidarios del orden establecido, tenían un papel hegemónico y se les tachaba de colaboracionistas con Roma. Contrapuestos con los fariseos por no aceptar la tradición oral como divina y cercanos al helenismo. No veían en la escritura continuidad tras la muerte y se aferraban al desarrollo de lo material, su gran pecado era este materialismo.

Acercándose a Jesús con la aduladora expresión de Maestro, tratan de ponerlo en el resbaladero, como veíamos ayer con el impuesto, e intentan así dirimir el problema que tenían con los fariseos. Los primeros sostenían con este ejemplo lo absurdo de una vida después de la muerte ante esta situación y se enfrentaba así a los fariseos que mantenían esa continuidad de la vida terrenal en la futura.

Jesús es duro en su respuesta contra las autoridades supremas que gobiernan el pueblo y rigen en el Templo. Primero porque no conocen lo que Dios ha dicho, la Escritura, y segundo porque no conocen lo que Dios ha hace, la fuerza de Dios. No tienen experiencia de la acción de Dios.

"Cuando resucitan, dice Jesús, ni los hombres ni las mujeres se casarán; son como ángeles del cielo." El estado del hombre no es una prolongación de esta vida terrena, como afirmaban los fariseos, la vida inmortal no es genética humana sino que es transmitida directamente por Dios. Ser como ángeles, es el estado propio de los que habitan en la esfera divina.

Jesús no habla de una resurrección de futuro en cuanto a la pertenencia material, como lo hacían los saduceos con la mujer, sino que lo hace en presente, es la vida que continua despumes de la muerte, no es algo lejano, ahí esta la fuerza de Dios y se verifica desde ahora mismo. Dios mismo no deja que perezcan los que ama. Yo soy el Dios de Abraham, etc. El Dios de Jesús es el Dios de la vida no un Dios de la muerte, ante él todos están vivos. . Dios es el Dios de la alianza, de la igualdad… es Creador. Podriamos ver desde esta perspectiva que la muerte es "una nueva creación" por eso dice: son - serán como ángeles. 

martes, 4 de junio de 2013

El tributo al Cesar


El tributo al Cesar, 1620. Valentin de Boulogne
Óleo sobre lienzo, 111x154 cm
Museo nacional del Castillo, Versalles. Francia

El evangelio según san Marcos (12, 13-17) que leemos hoy en la liturgia nos hace dirigirnos a esta representación del acontecimiento evangélico. Un cuadro con influencia de Caravaggio donde los claroscuros se manifiestan de manera notable y se crea en el un clima casi, diríamos con acierto, como la cuestión de la narración. De manera casi inusual quieren comprometer a Jesús, primero se le adula y luego se le quiere llevar al terreno propio. Sin embargo el autor, queriendo aclarar visualmente el momento, pone el acento de la luz en el personaje de Cristo y no solo iluminando sobre manera el rostro sino dirigiéndonos la mirada hacia la mano de éste  para que nos demos cuenta que la cuestión que se dirime está ahí.

El mundo y Dios,  dos realidades que para un cristiano no han de contraponerse cuando este sabe dar su justa medida al valor de lo material y se deja iluminar en la oscuridad por el que es la luz, Cristo.

En aquel tiempo, enviaron a Jesús unos fariseos y partidarios de Herodes, para cazarlo con una pregunta.
Se acercaron y le dijeron: -«Maestro, sabemos que eres sincero y que no te importa de nadie; porque no te fijas en lo que la gente sea, sino que enseñas el camino de Dios sinceramente. ¿Es lícito pagar impuesto al César o no? ¿Pagamos o no pagamos?»
Jesús, viendo su hipocresía, les replicó: -« ¿Porqué intentáis cogerme? Traedme un denario, que lo vea.»
Se lo trajeron. Y él les preguntó: -«¿De quién es esta cara y esta inscripción?»
Le contestaron: -«Del César.»
Les replicó: -«Lo que es del César pagádselo al César, y lo que es de Dios, a Dios.» Se quedaron admirados.