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jueves, 11 de abril de 2019

Ercole Ferrarese. La Institución de la Eucaristía

La Institución de la Eucaristía.. 1490. Ercole Ferrarese
Témpera al huevo sobre tabla. Medidas: 29cm x 21cm.
National Gallery. Londres.

Hemos llegado al último jueves de Cuaresma, antes del Jueves Santo, y volvemos a contemplar el misterio de la Institución de la Eucaristía durante la Última Cena. Para su contemplación, hemos seleccionado una obra que fue pintada como puerta del tabernáculo, en Ferrara, y que ha terminado en la National Gallery de Londres.

Cristo aparece en el centro de la escena: con una mano bendice, y con otra sostiene, no el pan de la comida pascual de los judíos, sino la típica forma de la Eucaristía.. Llama la atención la arquitectura de la escena

jueves, 6 de abril de 2017

Ercole Ferrarese. La Institución de la Eucaristía

La Institución de la Eucaristía.. 1490. Ercole Ferrarese
Témpera al huevo sobre tabla. Medidas: 29cm x 21cm.
National Gallery. Londres.

Hemos llegado al último jueves de Cuaresma, antes del Jueves Santo, y volvemos a contemplar el misterio de la Institución de la Eucaristía durante la Última Cena. Para su contemplación, hemos seleccionado una obra que fue pintada como puerta del tabernáculo, en Ferrara, y que ha terminado en la National Gallery de Londres.

Cristo aparece en el centro de la escena: con una mano bendice, y con otra sostiene, no el pan de la comida pascual de los judíos, sino la típica forma de la Eucaristía.. Llama la atención la arquitectura de la escena

jueves, 26 de mayo de 2016

Corpus Christi


Triunfo de la Fe Sobre los sentidos, 1667. Obra de Juan Antonio de Frías y Escalante
Óleo sobre lienzo, 113x152 cm. 
Museo del Prado, Madrid. España

En cuadro de hoy, barroco como no podía ser de otro modo, aparece el texto Præstet fides suppleméntum, sénsuum deféctui. Es decir La fe provea suplemento para el defecto de los sentidos. Este verso pertenece al himno eucarístico Pange lingua, escrito por santo Tomás de Aquino, como el oficio de hoy y que por lo general se canta durante la adoración del Santísimo Sacramento.

Santo Tomás en el Opúsculo 57, que trata de la fiesta del Cuerpo de Cristo nos habla sobre el banquete precioso y admirable que el hombre recibe, Dios mismo que, no solo se ha entregado por nosotros, sino que permanece entre nosotros y se nos da como alimento nutriendo el alma con la abundancia de todos los dones espirituales.

Que éste día lo vivamos en contemplación de ese gran misterio que nos trae la salvación, éste en el que los sentidos callan y la fe se manifiesta victoriosa.

El Hijo único de Dios, queriendo hacernos partícipes de su divinidad, tomó nuestra naturaleza, a fin de que, hecho hombre, divinizase a los hombres.

Además, entregó por nuestra salvación todo cuanto tomó de nosotros. Porque, por nuestra reconciliación, ofreció, sobre el altar de la cruz, su cuerpo como víctima a Dios, su Padre, y derramó su sangre como precio de nuestra libertad y como baño sagrado que nos da, para que fuésemos liberados de una miserable esclavitud y purificados de todos nuestros pecados.

Pero, a fin de que guardásemos por siempre jamás en nosotros la memoria de tan gran beneficio, dejó a los fieles, bajo la apariencia de pan y de vino, su cuerpo, para que fuese nuestro alimento, y su sangre, para que fuese nuestra bebida.

¡Oh banquete precioso y admirable, banquete saludable y lleno de toda suavidad! ¿Qué puede haber, en efecto, de más precioso que este banquete en el cual no se nos ofrece, para comer, la carne de becerros o de machos cabríos, como se hacía antiguamente, bajo la ley, sino al mismo Cristo, verdadero Dios?

No hay ningún sacramento más saludable que éste, pues por él se borran los pecados, se aumentan las virtudes y se nutre el alma con la abundancia de todos los dones espirituales.

Se ofrece, en la Iglesia, por los vivos y por los difuntos, para que a todos aproveche, ya que ha sido establecido para la salvación de todos.

Finalmente, nadie es capaz de expresar la suavidad de este sacramento, en el cual gustamos la suavidad espiritual en su misma fuente y celebramos la memoria del inmenso y sublime amor que Cristo mostró en su pasión.

Por eso, para que la inmensidad de este amor se imprimiese más profundamente en el corazón de los fieles, en la última cena, cuando, después de celebrar la Pascua con sus discípulos, iba a pasar de este mundo al Padre, Cristo instituyó este sacramento como el memorial perenne de su pasión, como el cumplimiento de las antiguas figuras y la más maravillosa de sus obras; y lo dejó a los suyos como singular consuelo en las tristezas de su ausencia.

jueves, 4 de junio de 2015

Corpus Christi


Triunfo de la Fe Sobre los sentidos, 1667. Obra de Juan Antonio de Frías y Escalante
Óleo sobre lienzo, 113x152 cm. 
Museo del Prado, Madrid. España

En cuadro de hoy, barroco como no podía ser de otro modo, aparece el texto Præstet fides suppleméntum, sénsuum deféctui. Es decir La fe provea suplemento para el defecto de los sentidos. Este verso pertenece al himno eucarístico Pange lingua, escrito por santo Tomás de Aquino, como el oficio de hoy y que por lo general se canta durante la adoración del Santísimo Sacramento.

Santo Tomás en el Opúsculo 57, que trata de la fiesta del Cuerpo de Cristo nos habla sobre el banquete precioso y admirable que el hombre recibe, Dios mismo que, no solo se ha entregado por nosotros, sino que permanece entre nosotros y se nos da como alimento nutriendo el alma con la abundancia de todos los dones espirituales.

Que éste día lo vivamos en contemplación de ese gran misterio que nos trae la salvación, éste en el que los sentidos callan y la fe se manifiesta victoriosa.

El Hijo único de Dios, queriendo hacernos partícipes de su divinidad, tomó nuestra naturaleza, a fin de que, hecho hombre, divinizase a los hombres.

Además, entregó por nuestra salvación todo cuanto tomó de nosotros. Porque, por nuestra reconciliación, ofreció, sobre el altar de la cruz, su cuerpo como víctima a Dios, su Padre, y derramó su sangre como precio de nuestra libertad y como baño sagrado que nos da, para que fuésemos liberados de una miserable esclavitud y purificados de todos nuestros pecados.

Pero, a fin de que guardásemos por siempre jamás en nosotros la memoria de tan gran beneficio, dejó a los fieles, bajo la apariencia de pan y de vino, su cuerpo, para que fuese nuestro alimento, y su sangre, para que fuese nuestra bebida.

¡Oh banquete precioso y admirable, banquete saludable y lleno de toda suavidad! ¿Qué puede haber, en efecto, de más precioso que este banquete en el cual no se nos ofrece, para comer, la carne de becerros o de machos cabríos, como se hacía antiguamente, bajo la ley, sino al mismo Cristo, verdadero Dios?

No hay ningún sacramento más saludable que éste, pues por él se borran los pecados, se aumentan las virtudes y se nutre el alma con la abundancia de todos los dones espirituales.

Se ofrece, en la Iglesia, por los vivos y por los difuntos, para que a todos aproveche, ya que ha sido establecido para la salvación de todos.

Finalmente, nadie es capaz de expresar la suavidad de este sacramento, en el cual gustamos la suavidad espiritual en su misma fuente y celebramos la memoria del inmenso y sublime amor que Cristo mostró en su pasión.

Por eso, para que la inmensidad de este amor se imprimiese más profundamente en el corazón de los fieles, en la última cena, cuando, después de celebrar la Pascua con sus discípulos, iba a pasar de este mundo al Padre, Cristo instituyó este sacramento como el memorial perenne de su pasión, como el cumplimiento de las antiguas figuras y la más maravillosa de sus obras; y lo dejó a los suyos como singular consuelo en las tristezas de su ausencia.

domingo, 7 de septiembre de 2014

Alonso Cano. Cristo bendiciendo la Hostia

Cristo bendiciendo la Hostia. 1635. Alonso Cano
Óleo sobre tabla. Medidas: 95 cm. x 44 cm.
Museo de Arte de San Diego

El domingo es el día de nuestro encuentro con Cristo Resucitado. La Eucaristía constituye, desde el origen mismo del Cristianismo, la forma en la que los creyentes celebraban su encuentro real con Cristo resucitado, que se nos da bajo las especies de pan y de vino. Tras la crisis protestante, la Iglesia buscó fortalecer esta convicción. Prueba de ella es la obra que hoy contemplamos de Alonso Cano.

Aparece Cristo es un escorzo, portando en la mano los signos de la Eucaristía: el cáliz y la sagrada forma. De esta manera, se realza también el papel de sacerdote ministerial, defendido en Trento como la persona que hace las veces de Cristo en medio de la comunidad.

domingo, 22 de junio de 2014

Fra Angelico. La comunión de los Apóstoles

Comunión de los Apóstoles. 1441. Fra Angelico
Fresco. Medidas: 184cm x 234cm.
Convento de San Marcos. Florencia

Hoy celebran la mayor parte de las comunidades católicas de habla hispana la solemnidad del Corpus Christi, del Cuerpo y la Sangre del Señor. Veneramos, así, la institución del Sacramento de la Eucaristía durante la Última Cena de Jesús. Por eso, hemos escogido un célebre fresco del Beato Angelico, lleno de piedad y unción, en la que Jesús aparece repartiendo la comunión, como si de una Misa se tratase, a los apóstoles.

La Última cena que decora la celda 35, en el lado norte del convento de San Marcos, es una de las configuraciones más peculiares de Fra Angelico. La escena se centra en la figura de Cristo, que reparte el pan y el vino entre los apóstoles. Ocho de ellos se sitúan sentados por detrás de la mesa en esquina, recortándose perfectamente sus figuras sobre el paño de fondo, de tonalidades de marrón mucho más fuertes que el resto de la pared. Todos ellos están aureolados y claramente caracterizados y, mientras algunos conversan entre ellos, otros rinden pleitesía a su maestro.

Por delante de la mesa se sitúan los taburetes vacíos de los cuatro apóstoles que, de rodillas, ocupan un plano más cercano al espectador, a la derecha. De este grupo se destaca la figura del traidor, Judas Iscariote, con su nariz aguileña y una aureola de color oscuro que identifica su traición. En muy primer término, cerrando la composición por la izquierda, María, que no estuvo en la Última cena, contempla la escena con las manos en posición orante y de rodillas. Al fondo, el color claro de la pared, con dos ventanas y una puerta excavadas, amplificando el espacio, quedan perfectamente confeccionadas, entre la techumbre plana del edificio y las sombras que el proyecta el arco decorativo de la celda donde se sitúa el episodio.

jueves, 10 de abril de 2014

Ercole Ferrarese. La Institución de la Eucaristía

La Institución de la Eucaristía.. 1490. Ercole Ferrarese
Témpera al huevo sobre tabla. Medidas: 29cm x 21cm.
National Gallery. Londres.

Hemos llegado al último jueves de Cuaresma, antes del Jueves Santo, y volvemos a contemplar el misterio de la Institución de la Eucaristía durante la Última Cena. Para su contemplación, hemos seleccionado una obra que fue pintada como puerta del tabernáculo, en Ferrara, y que ha terminado en la National Gallery de Londres.

Cristo aparece en el centro de la escena: con una mano bendice, y con otra sostiene, no el pan de la comida pascual de los judíos, sino la típica forma de la Eucaristía.. Llama la atención la arquitectura de la escena

jueves, 27 de marzo de 2014

Luis Tristán. La Última Cena

La Última Cena.1620. Luis Tristán
 Óleo sobre lienzo. Medidas: 107cm x 164cm.
Museo del Prado. Madrid España.

El aspecto que, tal vez, nos resulta más extraño a los cristianos de la escena de la Última Cena, es su relación, evidente para un judío, con la fiesta de la Pascua, y con todo el significado bíblico que encierra dicha relación. La Pascua es la fiesta de la liberación de Israel en el desierto, y se celebraba con un banquete, que ritualizaba el paso del Señor matando a los primogénitos de Egipto, mientras la sangre untada en las puertas de los israelitas los salvaba; y, juntamente a ello, la rápida huida por la noche, sin apenas tener tiempo de poner la levadura en el pan. De hecho, el pan que comían era ázimo, y tenían que estar vestidos como los peregrinos, recordando aquella situación en la que Dios salvó a su pueblo.

Jesús puso en relación con su vida y, sobre todo, con los sucesos de su Muerte y Resurrección, estos significados en la Última Cena. Sus discípulos fueron conscientes, desde la misma Resurrección del Señor, que esa había constituido la nueva y definitiva Pascua. Por eso, desde el principio, reiteraron esa Cena en el sacramento de la Eucaristía.

Un jueves de Cuaresma más contemplamos esta escena, hoy de la mano del pintor barroco Luis Tristán. Su obra ilustra el momento en el que Cristo bendice el pan e instituye el sacramento de la Eucaristía. Las figuras presentan semejanzas con las del Greco, primer maestro de Tristán, pero el colorido y la precisión de las viandas que aparecen sobre la mesa nos hablan de una estética bien distinta, que incorpora el bodegón como uno de los géneros más novedosos de la pintura en el siglo XVII.

jueves, 30 de mayo de 2013

Corpus Christi


Triunfo de la Fe Sobre los sentidos, 1667. Obra de Juan Antonio de Frías y Escalante
Óleo sobre lienzo, 113x152 cm. 
Museo del Prado, Madrid. España

En cuadro de hoy, barroco como no podía ser de otro modo, aparece el texto Præstet fides suppleméntum, sénsuum deféctui. Es decir La fe provea suplemento para el defecto de los sentidos. Este verso pertenece al himno eucarístico Pange lingua, escrito por santo Tomás de Aquino, como el oficio de hoy y que por lo general se canta durante la adoración del Santísimo Sacramento.

Santo Tomás en el Opúsculo 57, que trata de la fiesta del Cuerpo de Cristo nos habla sobre el banquete precioso y admirable que el hombre recibe, Dios mismo que, no solo se ha entregado por nosotros, sino que permanece entre nosotros y se nos da como alimento nutriendo el alma con la abundancia de todos los dones espirituales.

Que éste día lo vivamos en contemplación de ese gran misterio que nos trae la salvación, éste en el que los sentidos callan y la fe se manifiesta victoriosa.

El Hijo único de Dios, queriendo hacernos partícipes de su divinidad, tomó nuestra naturaleza, a fin de que, hecho hombre, divinizase a los hombres.

Además, entregó por nuestra salvación todo cuanto tomó de nosotros. Porque, por nuestra reconciliación, ofreció, sobre el altar de la cruz, su cuerpo como víctima a Dios, su Padre, y derramó su sangre como precio de nuestra libertad y como baño sagrado que nos da, para que fuésemos liberados de una miserable esclavitud y purificados de todos nuestros pecados.

Pero, a fin de que guardásemos por siempre jamás en nosotros la memoria de tan gran beneficio, dejó a los fieles, bajo la apariencia de pan y de vino, su cuerpo, para que fuese nuestro alimento, y su sangre, para que fuese nuestra bebida.

¡Oh banquete precioso y admirable, banquete saludable y lleno de toda suavidad! ¿Qué puede haber, en efecto, de más precioso que este banquete en el cual no se nos ofrece, para comer, la carne de becerros o de machos cabríos, como se hacía antiguamente, bajo la ley, sino al mismo Cristo, verdadero Dios?

No hay ningún sacramento más saludable que éste, pues por él se borran los pecados, se aumentan las virtudes y se nutre el alma con la abundancia de todos los dones espirituales.

Se ofrece, en la Iglesia, por los vivos y por los difuntos, para que a todos aproveche, ya que ha sido establecido para la salvación de todos.

Finalmente, nadie es capaz de expresar la suavidad de este sacramento, en el cual gustamos la suavidad espiritual en su misma fuente y celebramos la memoria del inmenso y sublime amor que Cristo mostró en su pasión.

Por eso, para que la inmensidad de este amor se imprimiese más profundamente en el corazón de los fieles, en la última cena, cuando, después de celebrar la Pascua con sus discípulos, iba a pasar de este mundo al Padre, Cristo instituyó este sacramento como el memorial perenne de su pasión, como el cumplimiento de las antiguas figuras y la más maravillosa de sus obras; y lo dejó a los suyos como singular consuelo en las tristezas de su ausencia.

miércoles, 17 de abril de 2013

La cena de Emaús


La cena de Emaús, 1621. Obra de Hendrick ter Brugghen
Óleo sobre lienzo. 109x141cm

San Juan sigue hablándonos estos días del discurso del pan de la vida (Jn 6, 35-40).

 «Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed; pero, como os he dicho, me habéis visto y no creéis.
Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré afuera, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado.
Ésta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día.
Esta es la voluntad de mi Padre:'que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.»

Hendrick Ter Brugghen fue, uno de los miembros más destacados de la escuela de los caravaggistas de Utrecht. En este cuadro nos muestra a Cristo ofreciendo el pan no solo a los dos discípulos en la cena, sino a todo el que se adentra en el cuadro creando así un íntima y sorpresiva relación entre el espectador y el motivo principal de la escena, Jesús y el pan. Los dos discípulos que, atentos y maravillados, asisten al evento, no parecen centrar su atención o mirada en la persona del Maestro resucitado sino en el pan que ofrece éste, es decir a sí mismo, inmolado en la cruz, resucitado y presente entre ellos. Haciéndose a un lado dejan, que todos nosotros entremos en la escena para ser participes de la invitación de Jesús y su sorprendente percepción del misterio. 

San Agustín comenta el pasaje evangélico de esta esplendida  manera:

Ahora bien, Jesús les dijo: Yo soy el pan de la vida. Quien viene a mí no tendrá hambre y quien cree en mí nunca tendrá sed. «Quien viene a mí» es lo mismo que «y quien cree en mí»; y, en cuanto a lo que dijo: «No tendrá hambre», ha de entenderse esto: Nunca tendrá sed; efectivamente, una y otra cosa significan la saciedad eterna, donde no hay escasez alguna. Deseáis el pan venido del cielo: lo tenéis ante vosotros y no lo coméis. Pero os dije que me habéis visto y no habéis creído. Pero no por eso he destruido yo al pueblo. En efecto, ¿acaso vuestra infidelidad ha anulado la lealtad de Dios? De hecho, mira lo que sigue: Todo lo que me da el Padre vendrá a mí; y al que venga a mí no lo echaré fuera. ¿Qué clase de interior es ese del que no se sale fuera? Gran penetral y dulce secreto. ¡Oh secreto sin tedio, sin amargura de pensamientos malos, sin interpelación de tentaciones y dolores! ¿Acaso no es ése el secreto al que entrará aquel siervo benemérito a quien el Señor va a decir: Entra al gozo de tu Señor?
Y a quien vendrá a mí, no lo echaré fuera, porque he descendido del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. ¿Al que, pues, vendrá a ti no lo echarás fuera precisamente porque has descendido del cielo no para hacer tu voluntad, sino la voluntad del que te envió? ¡Gran sacramento! Por favor, aldabeemos a una; salga hacia nosotros algo que nos alimente según nos deleitó.¡Grande y dulce secreto aquel! Quien vendrá a mí. Atiende, atiende y sopesa: A quien vendrá a mí, no lo echaré fuera. ¿Por qué? Porque he descendido del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. ¿Ésa misma es, pues, la causa por la que no echas fuera a quien viene a ti: que has descendido del cielo no a hacer tu voluntad, sino la del que te envió? Ésa misma. ¿Por qué preguntamos si es esa misma? Es ésa misma, lo dice él mismo. Por cierto, nonos es lícito sospechar cosa distinta de la que dice: A quien venga a mí, no lo echaré fuera Y, como si preguntases por qué: Porque no he venido a hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Temo que el alma haya salido fuera de Dios porque era soberbia; más bien, no lo dudo, pues está escrito: «Inicio de todo pecado, la soberbia», e: Inicio de la soberbia del hombre, apostatar de Dios. Está escrito, es firme, es verdad. Después, ¿qué se dice del mortal soberbio, ceñido de los andrajos de la carne, abrumado por el peso del cuerpo corruptible y que empero se enorgullece y olvida la piel de que está vestido? ¿Qué le dice la Escritura? ¿Por qué se ensoberbece la tierra y la ceniza? ¿Por qué se ensoberbece? Diga por qué se ensoberbece. Porque en su vida arrojó su intimidad. ¿Qué significa «arrojó», sino «echó lejos»? Esto significa salir fuera. Pues entrar dentro es apetecer la intimidad, arrojar la intimidad es salir fuera. Arroja la intimidad el soberbio, apetece la intimidad el humilde. Si la soberbia nos echa, la humildad nos hace regresar. He venido no a hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. He venido en condición baja; he venido a enseñar la humildad; he venido como maestro de humildad. Quien viene a mí se me incorpora; quien viene a mí es hecho humilde; quien se me adhiere será humilde porque hace no su voluntad, sino la de Dios, y no será echado fuera, precisamente porque, cuando era soberbio, estaba arrojado fuera.
(Comentario al Ev. de Jn. 25)