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martes, 14 de mayo de 2019

San Matias


San Matías, 1610 - 1612 Obra de  Pedro Pablo Rubens
Óleo sobre tabla, 107,2 x 82,5 cm
Museo del Prado, Madrid. España

Hoy celebramos al apóstol san Matias, elegido, según nos cuentan los Hechos de los apóstoles 1, 15-17, después de la muerte de Judas y tras ser testigo de la resurrección del Señor. "Hace falta, por tanto, que uno se asocie a nosotros como testigo de la resurrección de Jesús, uno de los que nos acompañaron mientras convivió con nosotros el Señor Jesús, desde que Juan bautizaba, hasta el día de su ascensión... Echaron suertes, le tocó a Matías, y lo asociaron a los once apóstoles."

Dice san Juan Crisostomo, comentando el libro de los Hechos de los Apóstoles, "Todos rezan, diciendo: Señor, tú penetras el corazón de todos, muéstranos. «Tú, no nosotros». Llaman con razón al que penetra todos los corazones, pues él solo era quien había de hacer la elección. Le exponen su petición con toda confianza, dada la necesidad de la elección. No dicen: «Elige», sino muéstranos a cuál has elegido, pues saben que todo ha sido prefijado por Dios. Echaron suertes. No se creían dignos de hacer por sí mismos la elección, y por eso prefieren atenerse a una señal."

Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. (Jn 14-13) y los discípulos fueron fieles a ello. San Agustín cogiendo esta frase de san Juan nos exhorta a seguir el ejemplo del Maestro, al igual que los discípulos lo hicieron. "Hizo él lo que él mismo había enseñado; los apóstoles hicieron lo que habían aprendido de él y nos intimaron a imitarles. Hagámoslo también nosotros. Pues si bien no somos lo que él en cuanto nos creó, somos lo que él en cuanto por nosotros se encarnó. Y si sólo lo hubiera hecho él quizá nadie de nosotros debería tener la audacia de imitarlo, pues él era hombre, pero sin dejar de ser Dios. Pero en cuanto hombre, los siervos imitaron al Señor, los discípulos al Maestro, y lo hicieron asimismo los que nos precedieron en la familia de Dios, que son nuestros padres, pero también consiervos nuestros. Dios no nos hubiera mandado hacerlo, de saber que el hombre era incapaz de realizarlo."

(San Agustín de Hipona, Comentario al salmo 56)

El cuadro que hoy nos ocupa esta dentro de la serie de los doce apóstoles que pinto Rubens entre 1610 y 1612 y realizado probablemente para un miembro de la nobleza flamenca deseoso de evidenciar su fidelidad al catolicismo. El interés por las representaciones de los apóstoles experimentó un gran incremento en el mundo católico desde finales del siglo XVI, como reacción a la Reforma religiosa que negaba el poder de intercesión de los santos.  Rubens, uno de los principales creadores de imágenes de devoción que exaltaran los dogmas católicos, potencia en los cuadros de sus apóstoles la idea de sacrificio y entrega, al representarlos con instrumentos relacionados con sus respectivos martirios. Son pintados al poco de volver de Italia, inspirandose en la escultura clásica y en la pintura de Miguel Ángel y de Caravaggio. La fuerza física que muestran las figuras sirve como metáfora de su valor moral y firmeza, mientras que la luz, muy dirigida y contrastada, ayuda a enfatizar el valor de la determinación y seguridad demostrada por estos santos. 



lunes, 17 de abril de 2017

Rubens. La Cena de Emaús

Cena de Emaús.1635-1640. Pedro Pablo Rubens
 Óleo sobre lienzo. Medidas: 144cm x 157cm.
Museo del Prado. Madrid. España

Dos peregrinos en trayecto a Jerusalén se encuentran con un caminante a quien invitan a cenar. En el momento en que el desconocido bendice el pan en la mesa, reconocen en él a Cristo resucitado, según relata el Evangelio de San Lucas (24, 13-55).

El pintor sitúa la escena en un espacio semiabierto a un paisaje arquitectónico, con una fortaleza y un edificio barroco por el que se asoma una figura, los cuales, junto con la calidez de la luz empleada, dan un cierto aire italianizante a la obra.

Las figuras de los peregrinos, con sus gestos, muestran el dominio de la expresividad por parte del Rubens más maduro. A un lado, el grotesco posadero contempla la escena, ignorante de la trascendencia religiosa del acontecimiento.

miércoles, 19 de octubre de 2016

Rubens. San Pablo

San Pablo. 1610-1612. Rubens
Óleo sobre tabla, Medidas 107,5 x 83 cm.
Museo del Prado. Madrid

A mí, el más insignificante de todos los santos, se me ha dado esta gracia: anunciar a los gentiles la riqueza insondable que es Cristo, aclarar a todos la realización del misterio, escondido desde el principio de los siglos en Dios, creador de todo. Así, mediante la Iglesia, los Principados y Potestades en los cielos conocen ahora la multiforme sabiduría de Dios, según el designio eterno, realizado en Cristo Jesús, Señor nuestro, por quien tenemos libre y confiado acceso a Dios, por la fe en él.

Este texto de la Carta a los Efesios nos presenta al apóstol Pablo como el encargado de anunciar a los gentiles la gracia que nos llega por medio de Cristo Jesús. Por eso, hemos escogido un retrato de Rubens en el que representa al apóstol.

El apóstol San Pablo es, junto con Santiago el Mayor, uno de los más expresivos y rotundos de toda la serie pintada por Rubens entre 1610-1612. Con la espada y el libro fuertemente sujetos se dirige con firmeza hacia el espectador, estableciendo una conexión directa con él. La espada muestra una empuñadura con una cabeza de león, símbolo de la fuerza. El artista la coloca en primer plano haciendo hincapié en la importancia del símbolo en la iconografía del santo.

La diferencia de tratamiento entre unos apóstoles, que meditan y se recogen sobre sus libros a pesar de portar las armas con las que fueron asesinados, otros desencajados con sus símbolos de martirio, unos mirando al espectador de forma rotunda y otros hacia el cielo o fuera de la composición ofrecen diferentes actitudes y respuestas ante los problemas que se enfrentaron, de tal forma que el artista nos ofrece un conjunto que actúa como un todo, en el que se van entremezclando unos con otros, siempre con un tratamiento de la imagen similar y donde podemos observar distintos aspectos de la vida de estos hombres. En el siglo XVII y tras el Concilio de Trento la producción de apostolados creció y Rubens, un artista muy relacionado con los dogmas cristianos y la representación de los mismos, busca potenciar la idea de sacrificio de estos doce apóstoles.

domingo, 12 de junio de 2016

Rubens. Fiesta en casa de Simón el Fariseo

Fiesta de Simón el Fariseo. 1618. Rubens
Óleo sobre lienzo. Medidas: 189 cm x 285 cm.
Museo del Hermitage. San Petersburgo

En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo: «Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora.» 

Leemos este domingo este fragmento del Evangelio de san Lucas, en el que Jesús es invitado a casa de Simón el Fariseo; al sentarse a la mesa, la pecadora le limpia los pies con su llanto y se los seca con sus cabellos. Será el triunfo del amor y del arrepentimiento sobre la seca justicia del fariseo.

Rubens retrató esta escena en un cuadro lleno de personajes y de colorido, dispuesto en torno a una mesa, ante la cual aparece arrodillada la mujer pecadora.

lunes, 21 de abril de 2014

Rubens. La Cena de Emaús

Cena de Emaús.1635-1640. Pedro Pablo Rubens
 Óleo sobre lienzo. Medidas: 144cm x 157cm.
Museo del Prado. Madrid. España

Dos peregrinos en trayecto a Jerusalén se encuentran con un caminante a quien invitan a cenar. En el momento en que el desconocido bendice el pan en la mesa, reconocen en él a Cristo resucitado, según relata el Evangelio de San Lucas (24, 13-55).

El pintor sitúa la escena en un espacio semiabierto a un paisaje arquitectónico, con una fortaleza y un edificio barroco por el que se asoma una figura, los cuales, junto con la calidez de la luz empleada, dan un cierto aire italianizante a la obra.

Las figuras de los peregrinos, con sus gestos, muestran el dominio de la expresividad por parte del Rubens más maduro. A un lado, el grotesco posadero contempla la escena, ignorante de la trascendencia religiosa del acontecimiento.

domingo, 11 de agosto de 2013

Rubens. Santa Clara entre los Padres y Doctores de la Iglesia


Santa Clara entre los Padres y Doctores de la Iglesia.1625. Rubens
 Óleo sobre tabla. Medidas: 86cm x 91cm.
Museo del Prado. Madrid. España

La celebración de la memoria de Santa Clara no sólo nos hace recordar a una mujer escondida en su monasterio, sino también a una gran adoradora del Santísimo Sacramento, en el que encontró fuerza para combatir a los enemigos de la fe. Desde entonces, es frecuente encontrar a Santa Clara representada con la custodia en la mano.

Hoy hemos escogido una obra de Rubens, destinada a convertirse en un tapiz. Se trata, precisamente, de Santa Clara entre los Padres y Doctores de la Iglesia. 

En 1625 la archiduquesa Isabel Clara Eugenia encargó a Rubens el diseño de una serie de diecisiete tapices con destino al Monasterio de las Descalzas de Madrid. Tratan el tema de la Eucaristía, dogma principal del catolicismo que la infanta defendía como princesa soberana de los Países Bajos meridionales. Las escenas fueron concebidas por Rubens a modo de desfiles triunfales, simulando ser telas colgadas de arquitecturas barrocas, que provocaban una efectista duda entre realidad e imagen artística. Las seis tablas que custodia el Prado forman parte del proceso necesario para la realización de los tapices: son los modelos pintados por Rubens en los que se basan los cartones, mucho mayores, que los tapiceros usaron para confeccionar los tapices. En la escena de Santa Clara entre los padres y los doctores de la Iglesia, Santa Clara muestra el rostro de la Archiduquesa.

De la propia santa Clara nos insiste en mirar constantemente a Cristo, en su pobreza y humildad. Así lo escribe en una carta a la beata Inés de Praga:

Dichoso, en verdad, aquel a quien le es dado alimentarse en el sagrado banquete y unirse en lo íntimo de su corazón a aquel cuya belleza admiran sin cesar las multitudes celestiales, cuyo afecto produce afecto, cuya contemplación da nueva fuerza, cuya benignidad sacia, cuya suavidad llena el alma, cuyo recuerdo ilumina suavemente, cuya fragancia retornará los muertos a la vida y cuya visión gloriosa hará felices a los ciudadanos de la Jerusalén celestial: él es el brillo de la gloria eterna, un reflejo de la luz eterna, un espejo nítido, el espejo que debes mirar cada día, oh reina, esposa de Jesucristo, y observar en él reflejada tu faz, para que así te vistas y adornes por dentro y por fuera con toda la variedad de flores de las diversas virtudes, que son las que han de constituir tu vestido y tu adorno, como conviene a una hija y esposa castísima del Rey supremo. En este espejo brilla la dichosa pobreza, la santa humildad y la inefable caridad, como puedes observar si, con la gracia de Dios, vas recorriendo sus diversas partes.

Atiende al principio de este espejo, quiero decir a la pobreza de aquel que fue puesto en un pesebre y envuelto en pañales. ¡Oh admirable humildad, oh pasmosa pobreza! El Rey de los ángeles, el Señor del cielo y de la tierra es reclinado en un pesebre. En el medio del espejo, considera la humildad, al menos la dichosa pobreza, los innumerables trabajos y penalidades que sufrió por la redención del genero humano. Al final de este mismo espejo, contempla la inefable caridad por la que quiso sufrir en la cruz y morir en ella con la clase de muerte más infamante.

Este mismo espejo, clavado en la cruz, invitaba a los que pasaban a estas consideraciones, diciendo: Vosotros, los que pasáis por el camino, mirad, fijaos: ¿Hay dolor como mi dolor? Respondamos nosotros, a sus clamores y gemidos, con una sola voz y un solo espíritu: No hago más que pensar en ello, y estoy abatido. De este modo, tu caridad arderá con una fuerza siempre renovada, oh reina del Rey celestial.

Contemplando, además, sus inefables delicias, sus riquezas y honores perpetuos, y suspirando por el intenso deseo de tu corazón, proclamarás: «Arrástrame tras de ti; y correremos atraídos por el aroma de tus perfumes, esposo celestial. Correré sin desfallecer, hasta que me introduzcas en la sala del festín, hasta que tu mano izquierda esté bajo mi cabeza y tu diestra me abrace felizmente y me beses con los besos deliciosos de tu boca». Contemplando estas cosas, dígnate acordarte de esta tu insignificante madre, y sabe que yo tengo tu agradable recuerdo grabado de modo imborrable en mi corazón, ya que te amo más que nadie.

martes, 14 de mayo de 2013

San Matias


San Matías, 1610 - 1612 Obra de  Pedro Pablo Rubens
Óleo sobre tabla, 107,2 x 82,5 cm
Museo del Prado, Madrid. España

Hoy celebramos al apóstol san Matias, elegido, según nos cuentan los Hechos de los apóstoles 1, 15-17, después de la muerte de Judas y tras ser testigo de la resurrección del Señor. "Hace falta, por tanto, que uno se asocie a nosotros como testigo de la resurrección de Jesús, uno de los que nos acompañaron mientras convivió con nosotros el Señor Jesús, desde que Juan bautizaba, hasta el día de su ascensión... Echaron suertes, le tocó a Matías, y lo asociaron a los once apóstoles."

Dice san Juan Crisostomo, comentando el libro de los Hechos de los Apóstoles, "Todos rezan, diciendo: Señor, tú penetras el corazón de todos, muéstranos. «Tú, no nosotros». Llaman con razón al que penetra todos los corazones, pues él solo era quien había de hacer la elección. Le exponen su petición con toda confianza, dada la necesidad de la elección. No dicen: «Elige», sino muéstranos a cuál has elegido, pues saben que todo ha sido prefijado por Dios. Echaron suertes. No se creían dignos de hacer por sí mismos la elección, y por eso prefieren atenerse a una señal."

Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. (Jn 14-13) y los discípulos fueron fieles a ello. San Agustín cogiendo esta frase de san Juan nos exhorta a seguir el ejemplo del Maestro, al igual que los discípulos lo hicieron. "Hizo él lo que él mismo había enseñado; los apóstoles hicieron lo que habían aprendido de él y nos intimaron a imitarles. Hagámoslo también nosotros. Pues si bien no somos lo que él en cuanto nos creó, somos lo que él en cuanto por nosotros se encarnó. Y si sólo lo hubiera hecho él quizá nadie de nosotros debería tener la audacia de imitarlo, pues él era hombre, pero sin dejar de ser Dios. Pero en cuanto hombre, los siervos imitaron al Señor, los discípulos al Maestro, y lo hicieron asimismo los que nos precedieron en la familia de Dios, que son nuestros padres, pero también consiervos nuestros. Dios no nos hubiera mandado hacerlo, de saber que el hombre era incapaz de realizarlo."

(San Agustín de Hipona, Comentario al salmo 56)

El cuadro que hoy nos ocupa esta dentro de la serie de los doce apóstoles que pinto Rubens entre 1610 y 1612 y realizado probablemente para un miembro de la nobleza flamenca deseoso de evidenciar su fidelidad al catolicismo. El interés por las representaciones de los apóstoles experimentó un gran incremento en el mundo católico desde finales del siglo XVI, como reacción a la Reforma religiosa que negaba el poder de intercesión de los santos.  Rubens, uno de los principales creadores de imágenes de devoción que exaltaran los dogmas católicos, potencia en los cuadros de sus apóstoles la idea de sacrificio y entrega, al representarlos con instrumentos relacionados con sus respectivos martirios. Son pintados al poco de volver de Italia, inspirandose en la escultura clásica y en la pintura de Miguel Ángel y de Caravaggio. La fuerza física que muestran las figuras sirve como metáfora de su valor moral y firmeza, mientras que la luz, muy dirigida y contrastada, ayuda a enfatizar el valor de la determinación y seguridad demostrada por estos santos. 


martes, 23 de abril de 2013

San Jorge


Lucha de San Jorge y el dragón. 1606-1610. Obra de Pedro Pablo Rubens.  
Óleo sobre lienzo. 304 x 256 cm. 
Museo del Prado. Madrid. España

Hoy celebramos la memoria de san Jorge, alrrededor del cual se han creado muchas y míticas historias. Casi todas las noticias que se tienen de San Jorge están basadas en tradiciones y leyendas que se originaron en el siglo V y, que de boca en boca, han pasado a través de los siglos.

La leyenda, posiblemente originada en el siglo IV, cuenta la historia de Jorge, un romano que tras morir su padre, un oficial del ejército romano de nombre Geroncio, se trasladó con su madre Policromía hasta la ciudad natal de ésta: Lydda  (actual Lod, Israel). Allí fue educado por su madre en la fe cristiana. Más tarde se incorporó al ejército romano donde no tardó en ascender y antes de cumplir los 30 años fue tribuno y comes. Fue destinado a Nicomedia cómo guardia personal del emperador Diocleciano (284-305).

En el año 303, la tetrarquía formada por los Augustos  Diocleciano y Maximiano, como coemperador,  y los césares  Galerio y Constancio emitió una serie de edictos que abolían los derechos de los cristianos y exigían a la vez que cumplieran con las prácticas religiosas tradicionales.  Se iniciaba una nueva persecución del cristianismo.  Las persecuciones más violentas se produjeron en las provincias orientales. Jorge no cumplió las órdenes de y manifestó que él también era cristiano. Fue decapitado frente a las murallas de Nicomedia el octavo día antes de las calendas de mayo a la hora sexta que equivale al mediodía del  23 de abril del año 303.  Este dato aparece en la versión más antigua de la pasión del mártir que debemos a Pasícrates y que es tachada de extravagante por la Iglesia.

Su veneración como mártir comenzó relativamente pronto. Se tienen noticias a través de relatos de peregrinos de una antigua iglesia de Lidda dedicada a San Jorge, siendo este el punto de partida de su culto. Los testigos de sus torturas y posterior muerte acudieron a la emperatriz Alejandra de Bizancio para contarle aquel momento.   Los mismos convencieron a la emperatriz  de que se convirtiera al cristianismo.   Su cuerpo fue enviado a Lydda (también conocida como “Hagio Georgiopolis”) para que fuera enterrado. Su tumba todavía es venerada por los cristianos, principalmente por los cristianos ortodoxos griegos. En Israel se cuenta que el venerable nació en Lydda (Israel) y no en Capadocia, como cuenta la leyenda.

Sin embargo la leyenda más conocida es la del dragón y probablemente el origen de todos los cuentos de hadas sobre princesas y dragones en Occidente.

“En un lago vivía un gran dragón, cuyo olor era nauseabundo, tenía atemorizada a toda la ciudad. Muertos de miedo, los habitantes decidieron entregarle cada día dos corderos al dragón para satisfacer su hambre y que no atacase la villa. Pero cuando los animales empezaron a escasear se decidió enviar a una persona, escogida por sorteo, y un cordero. Aquella familia que veía cómo un miembro era devorado por el dragón recibía, a cambio, todo tipo de riquezas como compensación.

Un día fue la princesa la escogida por sorteo para acompañar al cordero. Sea como fuere, de camino hasta la cueva del dragón, la princesa se encontró al caballero Jorge,( que según la version tardia de “La Leyenda Dorada” de Fray Santiago de La Vorágine en torno al 1264 ) quien le dijo: “En nombre de Cristo, te ayudaré” y éste, matando al dragón clavándole su espada, la rescató. De la sangre que brotó del cuerpo sin vida del monstruo nació una rosa roja que el caballero le entregó a la princesa.

El rey ofreció al caballero todas las riquezas a imaginar, pero él prefirió que se repartieran entre los habitantes del reino. Además, se construyó una iglesia en su nombre, de la cual brotaba un agua milagrosa que era capaz de curar a los enfermos."

En la tradición cristiana, el guerrero es San Jorge, el caballo representaría a la iglesia y el dragón representa el mal, la insolidaridad, la hipocresía, la injusticia…

La leyenda de San Jorge y el dragón es universal, aunque los protagonistas sean otros personajes, pues hay leyendas en diversas regiones europeas, incluso en Japón. 

En España, la tradición catalana, ubica este hecho en la ciudad de Montblanc, en Tarragona, y el 23 de abril se representa la ayuda que sus habitantes recibieron del santo en su lucha contra los musulmanes.

En Aragón quedó ligado a la figura de San Jorge a raíz de la tradición de la aparición del santo caballero en la batalla de Alcoraz que tuvo lugar en el año 1096 en las cercanías de Huesca.  El ejército aragonés asediaba la ciudad cuando llegaron en su ayuda tropas musulmanas desde Zaragoza.  El propio rey aragonés, Sancho Ramírez. perderá la vida. La tradición asegura que la batalla fue ganada por los cristianos tras la aparición de San Jorge.  Huesca se rindió al rey Pedro I.

En el Apocalipsis, el primer caballo es blanco, símbolo bíblico de pureza. Este caballo representa a la iglesia cristiana primitiva en su pureza original. San Jorge, el guerrero, lucha contra el dragón, el mal, sustentado por el caballo blanco, la iglesia.

Cuenta la leyenda que  en Capadocia, había un dragón que atacaba al reino...

martes, 16 de abril de 2013

El martirio de San Esteban


El martirio de San Esteban,1616-1617. Obra de  Rubens
Óleo sobre lienzo, 437 x 278 cm 
Museo de Bellas Artes, Valenciennes, Francia

El texto de hoy de los Hechos de los Apóstoles explica el mismo cuadro que hoy sugerimos para la contemplación. Está cargado del  dramatismo y la teatralidad barrocas que caracterizan al autor y en el se representan claramente todos los personajes. Esteban, cristo a la derecha del Padre, los acusadores y el joven Saulo. Éste es la tabla central de un Tríptico en el que las tapas reflejan una maravillosa Anunciación y en el interior describe el discurso de Esteban y su martirio.

«¡Duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos! Siempre resistís al Espíritu Santo, lo mismo que vuestros padres. ¿Hubo un profeta que vuestros padres no persiguieran? Ellos mataron a los que anunciaban la venida del justo, y ahora vosotros lo habéis traicionado y asesinado; recibisteis la Ley por mediación de ángeles, y no la habéis observado.»

La reacción de Esteban y sus enemigos pone en relieve que se trata de una batalla espiritual, cada bando con sus características propias.

Oyendo estas palabras, se recomían por dentro y rechinaban los dientes de rabia. Esteban, lleno de Espíritu Santo, fijó la mirada en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la derecha de Dios, y dijo:
-«Veo el cielo abierto y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios.»

Benedicto XVI hablando de san Esteban en la audiencia del miercoles 10 enero de 2007, dice:

Como Jesús había explicado a los discípulos de Emaús que todo el Antiguo Testamento habla de Él, de su cruz y de su resurrección, de este modo, san Esteban, siguiendo la enseñanza de Jesús, lee todo el Antiguo Testamento en clave cristológica. Demuestra que el misterio de la Cruz se encuentra en el centro de la historia de la salvación narrada en el Antiguo Testamento, muestra realmente que Jesús, el crucificado y resucitado, es el punto de llegada de toda esta historia. Y demuestra, por tanto, que el culto del templo también ha concluido y que Jesús, el resucitado, es el nuevo y auténtico «templo». Precisamente este «no» al templo y a su culto provoca la condena de san Esteban, quien, en ese momento --nos dice san Lucas--, al poner la mirada en el cielo vio la gloria de Dios y a Jesús a su derecha. Y mirando al cielo, a Dios y a Jesús, san Esteban dijo: «Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre que está en pie a la diestra de Dios» (Hechos 7, 56). Le siguió su martirio, que de hecho se conforma con la pasión del mismo Jesús, pues entrega al «Señor Jesús» su propio espíritu y reza para que el pecado de sus asesinos no les sea tenido en cuenta (Cf. Hechos 7,59-60). 

Y los Hechos de los Apostoles prosiguen:

Entonces, gritando fuertemente, se taparon sus oídos y se precipitaron todos a una sobre él; le echaron fuera de la ciudad y empezaron a apedrearle. Los testigos pusieron sus vestidos a los pies de un joven llamado Saulo. Mientras le apedreaban, Esteban hacía esta invocación: «Señor Jesús, recibe mi espíritu.» Después dobló las rodillas y dijo con fuerte voz: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado.» Y diciendo esto, se durmió.

La violencia contra Esteban se propagó contra toda la Iglesia (Hch 8,1-3)

Dando un grito estentóreo, se taparon los oídos; y, como un solo hombre, se abalanzaron sobre él, lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo. Los testigos, dejando sus capas a los pies de un joven llamado Saulo, se pusieron también a apedrear a Esteban, que repetía esta invocación:
- «Señor Jesús, recibe mi espíritu.»
Luego, cayendo de rodillas, lanzó un grito:
- «Señor, no les tengas en cuenta este pecado.»
Y, con estas palabras, expiró. Saulo aprobaba la ejecución.

Prosigue Benedicto XVI:

El lugar del martirio de Esteban, en Jerusalén, se sitúa tradicionalmente algo más afuera de la Puerta de Damasco, en el norte, donde ahora se encuentra precisamente la iglesia de Saint- Étienne, junto a la conocida «École Biblique» de los dominicos. Al asesinato de Esteban, primer mártir de Cristo, le siguió una persecución local contra los discípulos de Jesús (Cf. Hechos 8, 1), la primera que se verificó en la historia de la Iglesia. Constituyó la oportunidad concreta que llevó al grupo de cristianos hebreo-helenistas a huir de Jerusalén y a dispersarse. Expulsados de Jerusalén, se transformaron en misioneros itinerantes. «Los que se habían dispersado iban por todas partes anunciando la Buena Nueva de la Palabra» (Hechos 8, 4). La persecución y la consiguiente dispersión se convierten en misión. El Evangelio se propagó de este modo en Samaria, en Fenicia, y e Siria, hasta llegar a la gran ciudad de Antioquía, donde, según Lucas, fue anunciado por primera vez también a los paganos (Cf. Hechos 11, 19-20) y donde resonó por primera vez el nombre de «cristianos» (Hechos 11,26). 

Saulo aprobaba su muerte. Aquel día se desató una gran persecución contra la Iglesia de Jerusalén. Todos, a excepción de los apóstoles, se dispersaron por las regiones de Judea y Samaria. Unos hombres piadosos sepultaron a Esteban e hicieron gran duelo por él. Entretanto Saulo hacía estragos en la Iglesia; entraba por las casas, se llevaba por la fuerza hombres y mujeres, y los metía en la cárcel.   

En Saulo, dice Benecito XVI,  podemos ver las maravillas de Dios ya que el  adversario empedernido de la visión de Esteban, después del encuentro con Cristo resucitado en el camino de Damasco, reanuda la interpretación cristológica del Antiguo Testamento hecha por el primer mártir, la profundiza y completa, y de este modo se convierte en el «apóstol de las gentes». La ley se cumple, enseña él, en la cruz de Cristo. Y la fe en Cristo, la comunión con el amor de Cristo, es el verdadero cumplimiento de toda la Ley. Este es el contenido de la predicación de Pablo. Él demuestra así que el Dios de Abraham se convierte en el Dios de todos. Y todos los creyentes en Cristo Jesús, como hijos de Abraham, se convierten en partícipes de las promesas. En la misión de san Pablo se cumple la visión de Esteban. 

Las circunstancias del martirio indican que la lapidación de San Esteban no fue un acto de violencia de la multitud sino una ejecución judicial.  De entre los que estaban presentes consintiendo su muerte, uno, llamado Saulo, el futuro Apóstol de los Gentiles, supo aprovechar la semilla de sangre que sembró aquel primer mártir de Cristo.

Los restos de Esteban fueron encontrados por el sacerdote Luciano en Gamala de Palestina, en diciembre del año 415. El hallazgo suscitó gran conmoción en el mundo cristiano. Las reliquias se distribuyeron por todo el mundo, lo cual contribuyó a propagar el culto de San Esteban, obrando Dios numerosos milagros por la intercesión del protomartir.

San Evodio, obispo de Uzalum, en Africa y San Agustín, dejaron descripción de muchos de los milagros. San Agustín dijo en un sermón: "Bien está que deseemos obtener por su intercesión los bienes temporales, de suerte que, imitando al mártir, consigamos finalmente los bienes eternos". Ciertamente, la misión principal del Mesías no es remediar los males temporales, pero a pesar de ello, durante su vida mortal, Jesús sanó a los enfermos, libró a los posesos y socorrió a los miserables a fin de darnos pruebas sensibles de su amor y de su poder divino.  Las sanaciones físicas son además una señal de la obra de sanación espiritual que Jesús hace.  Sabemos que, aunque no otorge una sanación física, siempre sana los corazones que a El se abren.

La historia de Esteban nos dice mucho. Por ejemplo, nos enseña que no hay que disociar nunca el compromiso social de la caridad del anuncio valiente de la fe. Era uno de los siete que estaban encargados sobre todo de la caridad. Pero no era posible disociar caridad de anuncio. De este modo, con la caridad, anuncia a Cristo crucificado, hasta el punto de aceptar incluso el martirio. Esta es la primera lección que podemos aprender de la figura de san Esteban: caridad y anuncio van siempre juntos. 

San Esteban nos habla sobre todo de Cristo, de Cristo crucificado y resucitado como centro de la historia y de nuestra vida. Podemos comprender que la Cruz ocupa siempre un lugar central en la vida de la Iglesia y también en nuestra vida personal. En la historia de la Iglesia no faltará nunca la pasión, la persecución. Y precisamente la persecución se convierte, según la famosa fase de Tertuliano, fuente de misión para los nuevos cristianos. Cito sus palabras: «Nosotros nos multiplicamos cada vez que somos segados por vosotros: la sangre de los cristianos es una semilla» («Apologetico» 50,13: «Plures efficimur quoties metimur a vobis: semen est sanguis christianorum»). Pero también en nuestra vida la cruz, que no faltará nunca, se convierte en bendición. Y aceptando la cruz, sabiendo que se convierte y es bendición, aprendemos la alegría del cristiano, incluso en momentos de dificultad. El valor del testimonio es insustituible, pues el Evangelio lleva hacia él y de él se alimenta la Iglesia. San Esteban nos enseña a aprender estas lecciones, nos enseña a amar la Cruz, pues es el camino por el que Cristo se hace siempre presente de nuevo entre nosotros. (Benedicto XVI, miercoles,10 enero 2007)