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sábado, 6 de mayo de 2017

Jesús y los discípulos


Jesús y los discípulos, 1308-1311. Obra de Duccio di Buoninsegna
Temple sobre tabla. 36,5 × 47,5 cm

La obra que hoy contemplamos pertenece al conjunto de "La Maestà" de la catedral de Siena ya citada en este apartado. Es considerada la obra maestra del pintor italiano Duccio di Buoninsegna. Quedar ante esta imagen y meditar el texto del evangelio san Juan que hoy nos propone la liturgia es un ejercicio de silencio, de pregunta y de respuesta. ¿También vosotros queréis marcharos? pregunta Jesús y Pedro responde, ¿adonde vamos a acudir? Tu tienes palabras de vida eterna.

Respondió Pedro por todos, uno por muchos, la unidad por todos sin excepción: Le respondió, pues, Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? ¿Nos rechazas de tu lado?, ¿Nos vas a dar otro tú? ¿A quién iremos? Si de ti nos apartamos, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. 

Mirad cómo Pedro, dice san Agustin, por donación de Dios, porque el Espíritu Santo ha vuelto a crearlo, ha entendido. ¿Por qué, sino, porque ha creído? Tú tienes palabras de vida eterna, pues tienes la vida eterna en el servicio de tu cuerpo y tu sangre. Y nosotros hemos creído y conocido. No hemos conocido y hemos creído, sino hemos creído y conocido, pues hemos creído para conocer, porque, si quisiéramos primero conocer y después creer, no seríamos capaces ni de conocer ni de creer. ¿Qué hemos creído y qué hemos conocido? Que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, esto es, que tú eres la vida eterna misma, y que en tu carne y sangre no das sino lo que eres.

Los discípulos estaban un tanto escandalizados por las palabras de Jesús, les escandaliza  que haya dicho: Os doy a comer mi carne y a beber mi sangre. ¿Si, pues, vierais al Hijo del hombre ascender adonde estaba antes? 



San Agustín comenta: ¿Qué significa esto? ¿Con esto resuelve lo que les había turbado? ¿Con esto aclara la causa que los había escandalizado? Con esto, sencillamente, en el caso que lo hubiesen entendido. Ellos, en efecto, suponían que él iba a distribuir su cuerpo; él, en cambio, dijo que iba a subir al cielo, por supuesto, integramente. "Cuando veáis al Hijo del hombre ascender adonde estaba antes", entonces veréis ciertamente que distribuye su cuerpo no del modo que suponéis, y entonces entenderéis ciertamente que su gracia no se consume a bocados. Y asevera: "El espíritu es quien vivifica; la carne no sirve de nada." El espíritu pone en movimiento  a las obras de la carne como su instrumento, así el hombre se vivifica en él, y éste actúa para su salvación.

domingo, 19 de marzo de 2017

Ducio. Cristo y la samaritana

Cristo y la samaritana. 1310. Duccio di Buoninsegna
Temple y oro sobre tabla. Medidas: 43,5cm x 46cm.
Colección Thyssen-Bornemisza. Madrid. España

La liturgia del tercer domingo de Cuaresma se centra en la página del Evangelio de san Juan del diálogo de Jesús con la samaritana: Jesús se manifiesta como Dios, que se ofrece a los hombres como agua que nos quita por siempre la sed y como agua que limpia nuestros pecados. Para ilustrar la escena, hemos escogido una obra maestra del Trecento italiano, pintada por Ducio di Buoninsegna.

Esta pequeña tabla formaba parte de la predela de la Maestá, altar encargado a Duccio para el Duomo de Siena. Este gran conjunto fue desmembrado hacia 1771 y, aunque la mayor parte se conserva en el Museo dell'Opera del Duomo (Siena), las otras tablas pasaron a colecciones privadas y museos.

La escena representa a Cristo sentado en el brocal del pozo de Jacob, hacia allí se dirige la samaritana portando un cántaro en la cabeza; la comunicación entre ambos se realiza mediante gestos. A la derecha, un grupo de discípulos observa la escena enmarcados por un fondo arquitectónico -la ciudad de Samaria, llamada Sicar- en un intento de dar profundidad espacial a la pintura. Esta tabla de Duccio es una evidencia temprana de la evolución del arte del Trecento hacia patrones de mayor naturalismo, carácter narrativo y preocupación por el espacio.

San Agustín de Hipona, en su Comentario al Evangelio de san Juan, considera en esa mujer a la Iglesia, que aún no es santa, pero está en camino de serlo. Éstas son sus palabras:

Llega una mujer. Se trata aquí de una figura de la Iglesia, no santa aún, pero sí a punto de serlo; de esto, en efecto, habla nuestra lectura. La mujer llegó sin saber nada, encontró a Jesús, y él se puso a hablar con ella. Veamos cómo y por qué. Llega una mujer de Samaria a sacar agua.

Los samaritanos no tenían nada que ver con los judíos; no eran del pueblo elegido. Y esto ya significa algo: aquella mujer, que representaba a la Iglesia, era una extranjera, porque la Iglesia iba a ser constituida por gente extraña al pueblo de Israel.

Pensemos, pues, que aquí se está hablando ya de nosotros: reconozcámonos en la mujer, y, como incluidos en ella, demos gracias a Dios. La mujer no era más que una figura, no era la realidad; sin embargo, ella sirvió de figura, y luego vino la realidad. Creyó, efectivamente, en aquel que quiso darnos en ella una figura. Llega, pues, a sacar agua.

Jesús le dice: «Dame de beber». Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida. La samaritana le dice: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?». Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.

Ved cómo se trata aquí de extranjeros: los judíos no querían ni siquiera usar sus vasijas. Y como aquella mujer llevaba una vasija para sacar el agua, se asombró de que un judío le pidiera de beber, pues no acostumbraban a hacer esto los judíos. Pero aquel que le pedía de beber tenía sed, en realidad, de la fe de aquella mujer.

Fíjate en quién era aquel que le pedía de beber: Jesús le contestó: «Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te pide de beber, le pedirias tú, y él te daría agua viva».

Le pedía de beber, y fue él mismo quien prometió darle el agua. Se presenta como quien tiene indigencia, como quien espera algo, y le promete abundancia, como quien está dispuesto a dar hasta la saciedad. Si conocieras –dice–el don de Dios. El don de Dios es el Espíritu Santo. A pesar de que no habla aún claramente a la mujer, ya va penetrando, poco a poco, en su corazón y ya la está adoctrinando. ¿Podría encontrarse algo más suave y más bondadoso que esta exhortación? Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te pide de beber, le pedirias tú, y él te daría agua viva. ¿De qué agua iba a darle, sino de aquella de la que está escrito: En ti está la fuente viva? Y ¿cómo podrán tener sed los que se nutren de lo sabroso de tu casa?

De manera que le estaba ofreciendo un manjar apetitoso y la saciedad del Espíritu Santo, pero ella no lo acababa de entender; y como no lo entendía, ¿qué respondió? La mujer le dice: «Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla». Por una parte, su indigencia la forzaba al trabajo, pero, por otra, su debilidad rehuía el trabajo. Ojalá hubiera podido escuchar: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Esto era precisamente lo que Jesús quería darle a entender, para que no se sintiera ya agobiada; pero la mujer aún no lo entendía.

miércoles, 30 de diciembre de 2015

Duccio. La Presentación en el Templo

La Presentación en el Templo. 1308-1311. Duccio
Témpera sobre tabla. Medidas: 42cm x 43cm.
Museo dell'Opera del Duomo (Siena)

En aquel tiempo, había una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.

Ayer nos narraba el Evangelio la Presentación del Niño en el Templo de Jerusalén, y el cántico profético del anciano Simeón. Hoy nos presenta a la segunda protagonista de la escena, la profetisa Ana. Ambos personajes aparecen a la derecha de la tabla de Duccio. Simeón lleva el niño en brazos, que se dirige a su madre, y Ana observa detrás la escena. Al otro lado está la virgen María y san José, representado como un anciano. Al fondo aparece un altar, decorado con un rico frontal, sobre el que se alza un baldaquino.

martes, 30 de diciembre de 2014

Duccio. La Presentación en el Templo

La Presentación en el Templo. 1308-1311. Duccio
Témpera sobre tabla. Medidas: 42cm x 43cm.
Museo dell'Opera del Duomo (Siena)

En aquel tiempo, había una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.

Ayer nos narraba el Evangelio la Presentación del Niño en el Templo de Jerusalén, y el cántico profético del anciano Simeón. Hoy nos presenta a la segunda protagonista de la escena, la profetisa Ana. Ambos personajes aparecen a la derecha de la tabla de Duccio. Simeón lleva el niño en brazos, que se dirige a su madre, y Ana observa detrás la escena. Al otro lado está la virgen María y san José, representado como un anciano. Al fondo aparece un altar, decorado con un rico frontal, sobre el que se alza un baldaquino.

jueves, 17 de abril de 2014

Duccio di Buoninsegna. Lavatorio y Última Cena.

Lavatorio de los pies y Última Cena. 1310. Duccio di Buoninsegna
Temple sobre tabla. Medidas: 100cm x 53cm.
Museo del Duomo. Siena. Italia

Hemos contemplado a lo largo de la Cuaresma los distintos misterios del Señor a través de la obra de Duccio di Buoninsegna. También hoy escogemos su magnífica composición del Lavatorio de los pies y de la Última Cena, que de una manera tan magistral condensa la liturgia que esta tarde celebraremos.

En la parte superior de la tabla, Jesús está arrodillado a la izquierda, ante el grupo de discípulos. Dos más jóvenes ya han sido lavados, y Pedro se encuentra sentado, dialogando con el Señor. De hecho, se lleva la mano a la cabeza, pensando que el Señor le va a lavar a él los pies; Jesús, por su parte, sujeta su pie y con la mano derecha parece bendecirle.

La parte inferior de la tabla está consagrada a la Última Cena. Hacia Cristo, sentado en el centro, converge toda la escena de una forma casi radial. El discípulo amado se encuentra recostado ante él. Jesús tiene en la mano un panecillo, y se dispone a darlo a los discípulos.

La obra, pues, tiene una clara reminiscencia litúrgica, pues el Jueves Santo evoca la Última Cena, pero con la lectura del relato de san Juan, que se centra en el lavatorio de los pies. La obra de Duccio resume, así, el acto de Jesús de entregar su entera existencia como el verdadero cordero pascual, que librará definitivamente a su pueblo del poder de la muerte y lo conducirá a la vida eterna.

domingo, 13 de abril de 2014

Duccio di Buoninsegna.Entrada en Jerusalén.


Entrada de Jesús en Jerusalén. 1310. Duccio di Buoninsegna
Temple y oro sobre tabla. Medidas: 100cm x 57cm.
Museo del Duomo. Siena. Italia

Volvemos a escoger este Domingo de Ramos la magistral obra de Duccio, para ilustrar la Entrada del Señor en Jerusalén. La obra que hoy contemplamos, conservada en su emplazamiento original (siena), es de formato alargado, lo que permite incluir arquitecturas de fondo que simbolizan a la ciudad de Jerusalén, y árboles en los que se encaramen los niños. Las puertas de la ciudad están abiertas, y muestran el gozo de recibir al Mesías.

San Andrés de Creta, en su noveno sermón sobre el Domingo de Ramos, comenta así esta escena:

Venid, y al mismo tiempo que ascendemos al monte de los Olivos, salgamos al encuentro de Cristo, que vuelve hoy de Betania y, por propia voluntad, se apresura hacia su venerable y dichosa pasión, para llevar a plenitud el misterio de la salvación de los hombres.

Porque el que va libremente hacia Jerusalén es el mismo que por nosotros, los hombres, bajó del cielo, para levantar consigo a los que yacíamos en lo más profundo y colocarnos, como dice la Escritura, por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido.

Y viene, no como quien busca su gloria por medio de la fastuosidad y de la pompa. No porfiará —dice—, no gritará, no voceará por las calles, sino que será manso y humilde, y se presentará sin espectacularidad alguna.

Ea, pues, corramos a una con quien se apresura a su pasión, e imitemos a quienes salieron a su encuentro. Y no para extender por el suelo, a su paso, ramos de olivo, vestiduras o palmas, sino para prosternarnos nosotros mismos, con la disposición más humillada de que seamos capaces y con el más limpio propósito, de manera que acojamos al Verbo que viene, y así logremos captar a aquel Dios que nunca puede ser totalmente captado por nosotros.

Alegrémonos, pues, porque se nos ha presentado mansamente el que es manso y que asciende sobre el ocaso de nuestra ínfima vileza, para venir hasta nosotros y convivir con nosotros, de modo que pueda, por su parte, llevarnos hasta la familiaridad con él.

Ya que, si bien se dice que, habiéndose incorporado las primicias de nuestra condición, ascendió, con ese botín, sobre los cielos, hacia el oriente, es decir, según me parece, hacia su propia gloria y divinidad, no abandonó, con todo, su propensión hacia el género humano hasta haber sublimado al hombre, elevándolo progresivamente desde lo más ínfimo de la tierra hasta lo más alto de los cielos.

Así es como nosotros deberíamos prosternarnos a los pies de Cristo, no poniendo bajo sus pies nuestras túnicas o unas ramas inertes, que muy pronto perderían su verdor, su fruto y su aspecto agradable, sino revistiéndonos de su gracia, es decir, de él mismo, pues los que os habéis incorporado a Cristo por el bautismo os habéis revestido de Cristo. Así debemos ponernos a sus pies como si fuéramos unas túnicas.

Y si antes, teñidos corno estábamos de la escarlata del pecado, volvimos a encontrar la blancura de la lana gracias al saludable baño del bautismo, ofrezcamos ahora al vencedor de la muerte no ya ramas de palma, sino trofeos de victoria.

Repitamos cada día aquella sagrada exclamación que los niños cantaban, mientras agitamos los ramos espirituales del alma: Bendito el que viene, como rey, en nombre del Señor.

domingo, 6 de abril de 2014

Duccio di Buoninsgna. La Resurrección de Lázaro

La Resurrección de Lázaro. 1310. Duccio di Buoninsegna
Temple y oro sobre tabla. Medidas: 43,5cm x 46cm.
Museo de Arte Kimbell, Fort Worth. Estados Unidos

Volvemos a ilustrar el Evangelio de este quinto domingo de Cuaresma con la genial obra de Duccio di Buoninsegna. La Resurrección de Lázaro también fue pintada para la predela del Retablo de la Maestá de la Catedral de Siena, y hoy se conserva en el Museo de Arte Kimbell, en los Estados Unidos.

Aparece Cristo, al frente del grupo de discípulos y de judíos que habían ido a Betania para consolar a las dos hermanas. Marta y María aparecen, una junto al Señor, la otra arrodillada suplicándole. Un personaje revestido con un manto amarillo se tapa las narices, indicando que el difunto ya olería. A la derecha, otro personaje quita la tapa que cubre el sepulcro, y aparece Lázaro, con los ojos abiertos, mirando a la mano del Señor, que le llama. La obra tiene evidentes influjos bizantinos, sobre todo en la posición de la mujer suplicante revestida de rojo, y en la serena majestad de Jesús.

San Pedro Crisólogo comenta este Evangelio en un magnífico sermón, en el que comenta la necesidad de la muerte de Lázaro como medio mediante el cual el Señor realizó un signo para despertar la fe de los discípulos. Estas son sus palabras:

Regresando de ultratumba, Lázaro sale a nuestro encuentro portador de una nueva forma de vencer la muerte, revelador de un nuevo tipo de resurrección. Antes de examinar en profundidad este hecho, contemplemos las circunstancias externas de la resurrección, ya que la resurrección es el milagro de los milagros, la máxima manifestación del poder, la maravilla de las maravillas.

El Señor había resucitado a la hija de Jairo, jefe de la sinagoga, pero lo hizo restituyendo simplemente la vida a la niña, sin franquear las fronteras de ultratumba. Resucitó asimismo al hijo único de su madre, pero lo hizo deteniendo el ataúd, como anticipándose al sepulcro, como suspendiendo la corrupción y previniendo la fetidez, como si devolviera la vida al muerto antes de que la muerte hubiera reivindicado todos sus derechos. En cambio, en el caso de Lázaro todo es diferente: su muerte y su resurrección nada tienen en común con los casos precedentes: en él la muerte desplegó todo su poder y la resurrección brilla con todo su esplendor. Incluso me atrevería a decir que si Lázaro hubiera resucitado al tercer día, habría evacuado toda la sacramentalidad de la resurrección del Señor: pues Cristo volvió al tercer día a la vida, como Señor que era; Lázaro fue resucitado al cuarto día, como siervo.

Mas, para probar lo que acabamos de decir, examinemos algunos detalles del relato evangélico. Dice: Las hermanas le mandaron recado a Jesús, diciendo: «Señor, tu amigo está enfermo». Al expresarse de esta manera, intentan pulsar la fibra sensible, interpelan al amor, apelan a la caridad, tratan de estimular la amistad acudiendo a la necesidad. Pero Cristo, que tiene más interés en vencer la muerte que en repeler la enfermedad; Cristo, cuyo amor radica no en aliviar al amigo, sino en devolverle la vida, no facilita al amigo un remedio contra la enfermedad, sino que le prepara inmediatamente la gloria de la resurrección.

Por eso, cuando se enteró —dice el evangelista—de que Lázaro estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba. Fijaos cómo da lugar a la muerte, licencia al sepulcro, da libre curso a los agentes de la corrupción, no pone obstáculo alguno a la putrefacción ni a la fetidez; consiente en que el abismo arrebate, se lleve consigo, posea. En una palabra, actúa de forma que se esfume toda humana esperanza y la desesperanza humana cobre sus cotas más elevadas, de modo que lo que se dispone a hacer se vea ser algo divino y no humano.

Se limita a permanecer donde está en espera del desenlace, para dar él mismo la noticia dp la muerte, y anunciar entonces su decisión de ir a casa de Lázaro. Lázaro —dice— ha muerto, y me alegro. ¿Es esto amar? Se alegraba Cristo porque la tristeza de la muerte en seguida se convertiría en el gozo de la resurrección. Me alegro por vosotros. Y ¿por qué por vosotros? Pues porque la muerte y la resurrección de Lázaro era ya un bosquejo exacto de la muerte y resurrección del Señor, y lo que luego iba a suceder con el Señor, se anticipa ya en el siervo. Era necesaria la muerte de Lázaro para que, con Lázaro ya en el sepulcro, resucitase la fe de los discípulos.

domingo, 30 de marzo de 2014

Duccio di Bueninsegna. La Curación del ciego de nacimiento

Curación del ciego de nacimiento. 1310. Duccio di Buoninsegna
Temple y oro sobre tabla. Medidas: 43,5cm x 45cm.
National Gallery. Londres

Para el cuarto domingo de Cuaresma, que nos presenta el signo del ciego de nacimiento, volvemos a escoger otra tabla de la predela de la Maestá, encargada por el Duomo de Siena al artista del Trecento italiano Duccio di Buoninsegna, perteneciente actualmente a la National Gallery de Londres.

La escena se centra en el encuentro de Cristo con el ciego, al que pone el barro en sus ojos. A la derecha, el ciego se vuelve a la piscina de Siloé para lavarse, tras lo cual recupera la vista. Por su parte, un grupo de discípulos contempla la escena desde la izquierda

San Ambrosio de Milán, en su Epístola 80, comenta que la carne de nuestro barro recibe la luz de la vida eterna mediante el sacramento del bautismo. Efectivamente, este signo tiene una relación muy estrecha con el sacramento del bautismo, tanto por lo que supone la iluminación del alma creyente, como a causa del proceso que lleva a la fe y, en consecuencia, al bautismo. Estas son las palabras de san Ambrosio:


Has escuchado, hermano, la lectura del evangelio, en la que se narra que, al pasar el Señor Jesús, vio a un ciego de nacimiento. Ahora bien, si el Señor lo vio, no pasó de largo: por consiguiente tampoco nosotros debemos pasar de largo junto al ciego que el Señor juzgó no deber evitar, máxime tratándose de un ciego de nacimiento, detalle éste que no en vano el evangelista subrayó.

Porque existe una ceguera que reduce la capacidad visual y es ordinariamente provocada por una enfermedad; y existe una ceguera causada por una exudación humoral y que, a veces, suprimida la causa, es también curada por la ciencia médica. Digo esto para que te des cuenta de que, la curación de este ciego de nacimiento, no es fruto de la habilidad médica, sino del poder divino. En efecto, el Señor le hizo don de la salud, no ejerció la medicina, ya que el Señor Jesús sanó a los que ningún otro consiguió curar. Corresponde efectivamente al creador rectificar las deficiencias de la naturaleza, puesto que él es autor de la misma. Por eso añadió: Mientras estoy en elmundo, soy la luz del mundo. Que es como si dijera: todos los ciegos podrán recuperar la vista, con tal de que me busquen a mí que soy la luz. Contempladlo también vosotros y quedaréis radiantes, de modo que podáis ver.

A continuación, una pregunta: ¿Qué sentido tiene que quien devolvía la vida con imperio y proporcionaba la salud mediante una orden, diciendo al muerto: Ven afuera, y Lázaro salió del sepulcro; diciendo al paralítico: Levántate, coge tu camilla, y el paralítico se levantó y comenzó a transportar su propia camilla, en la que era llevado cuando tenía dislocados todos sus miembros? ¿qué sentido tiene, vuelvo a preguntar, el que escupiera e hiciera barro, y se lo untara en los ojos al ciego, y le dijera: Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado); y fue, se lavó, y volvió con vista? ¿Cuál es la razón de todo esto? Una muy importante, si no me engaño: pues ve más aquel a quien Jesús toca.

Considera al mismo tiempo su divinidad y su fuerza santificadora. Como luz, tocó y la infundió; como sacerdote y prefigurando el bautismo, llevó a cabo los misterios de la gracia espiritual. Escupió, para que advirtieras que el interior de Cristo es luz. Y ve realmente, quien es purificado por lo que procede del interior de Cristo. Lava su saliva, lava su palabra, como está escrito: Vosotros estáis limpios por las palabras que os he hablado.

El que hiciera barro y se lo untara en los ojos al ciego, ¿qué otra cosa significa, sino que debes caer en la cuenta de que es uno mismo el que devolvió al hombre la salud untándole con barro, y el que de barro modeló al hombre? ¿y que la carne de nuestro barro recibe la luz de la vida eterna, mediante el sacramento del bautismo? Vete también tú a Siloé, esto es, al enviado del Padre, según aquello: Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado. Que te lave Cristo, para que veas. Acude al bautismo: es el momento oportuno. Acude presuroso, para que puedas decir: Fui, me lavé y empecé a ver; para que también tú puedas repetir: Era ciego y ahora veo; para que tú puedas decir como dijo aquel inundado de luz: La noche está avanzada, el día se echa encima.

domingo, 23 de marzo de 2014

Ducio. Cristo y la samaritana

Cristo y la samaritana. 1310. Duccio di Buoninsegna
Temple y oro sobre tabla. Medidas: 43,5cm x 46cm.
Colección Thyssen-Bornemisza. Madrid. España

La liturgia del tercer domingo de Cuaresma se centra en la página del Evangelio de san Juan del diálogo de Jesús con la samaritana: Jesús se manifiesta como Dios, que se ofrece a los hombres como agua que nos quita por siempre la sed y como agua que limpia nuestros pecados. Para ilustrar la escena, hemos escogido una obra maestra del Trecento italiano, pintada por Ducio di Buoninsegna.

Esta pequeña tabla formaba parte de la predela de la Maestá, altar encargado a Duccio para el Duomo de Siena. Este gran conjunto fue desmembrado hacia 1771 y, aunque la mayor parte se conserva en el Museo dell'Opera del Duomo (Siena), las otras tablas pasaron a colecciones privadas y museos.

La escena representa a Cristo sentado en el brocal del pozo de Jacob, hacia allí se dirige la samaritana portando un cántaro en la cabeza; la comunicación entre ambos se realiza mediante gestos. A la derecha, un grupo de discípulos observa la escena enmarcados por un fondo arquitectónico -la ciudad de Samaria, llamada Sicar- en un intento de dar profundidad espacial a la pintura. Esta tabla de Duccio es una evidencia temprana de la evolución del arte del Trecento hacia patrones de mayor naturalismo, carácter narrativo y preocupación por el espacio.

San Agustín de Hipona, en su Comentario al Evangelio de san Juan, considera en esa mujer a la Iglesia, que aún no es santa, pero está en camino de serlo. Éstas son sus palabras:

Llega una mujer. Se trata aquí de una figura de la Iglesia, no santa aún, pero sí a punto de serlo; de esto, en efecto, habla nuestra lectura. La mujer llegó sin saber nada, encontró a Jesús, y él se puso a hablar con ella. Veamos cómo y por qué. Llega una mujer de Samaria a sacar agua.

Los samaritanos no tenían nada que ver con los judíos; no eran del pueblo elegido. Y esto ya significa algo: aquella mujer, que representaba a la Iglesia, era una extranjera, porque la Iglesia iba a ser constituida por gente extraña al pueblo de Israel.

Pensemos, pues, que aquí se está hablando ya de nosotros: reconozcámonos en la mujer, y, como incluidos en ella, demos gracias a Dios. La mujer no era más que una figura, no era la realidad; sin embargo, ella sirvió de figura, y luego vino la realidad. Creyó, efectivamente, en aquel que quiso darnos en ella una figura. Llega, pues, a sacar agua.

Jesús le dice: «Dame de beber». Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida. La samaritana le dice: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?». Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.

Ved cómo se trata aquí de extranjeros: los judíos no querían ni siquiera usar sus vasijas. Y como aquella mujer llevaba una vasija para sacar el agua, se asombró de que un judío le pidiera de beber, pues no acostumbraban a hacer esto los judíos. Pero aquel que le pedía de beber tenía sed, en realidad, de la fe de aquella mujer.

Fíjate en quién era aquel que le pedía de beber: Jesús le contestó: «Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te pide de beber, le pedirias tú, y él te daría agua viva».

Le pedía de beber, y fue él mismo quien prometió darle el agua. Se presenta como quien tiene indigencia, como quien espera algo, y le promete abundancia, como quien está dispuesto a dar hasta la saciedad. Si conocieras –dice–el don de Dios. El don de Dios es el Espíritu Santo. A pesar de que no habla aún claramente a la mujer, ya va penetrando, poco a poco, en su corazón y ya la está adoctrinando. ¿Podría encontrarse algo más suave y más bondadoso que esta exhortación? Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te pide de beber, le pedirias tú, y él te daría agua viva. ¿De qué agua iba a darle, sino de aquella de la que está escrito: En ti está la fuente viva? Y ¿cómo podrán tener sed los que se nutren de lo sabroso de tu casa?

De manera que le estaba ofreciendo un manjar apetitoso y la saciedad del Espíritu Santo, pero ella no lo acababa de entender; y como no lo entendía, ¿qué respondió? La mujer le dice: «Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla». Por una parte, su indigencia la forzaba al trabajo, pero, por otra, su debilidad rehuía el trabajo. Ojalá hubiera podido escuchar: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Esto era precisamente lo que Jesús quería darle a entender, para que no se sintiera ya agobiada; pero la mujer aún no lo entendía.

miércoles, 29 de mayo de 2013

El prendimiento de Cristo


El prendimiento de Cristo. 1308-1311
Temple sobre madera.  

En la entrada de 4 de abril  citabamos "La Maesta" de Duccio en un contexto Pascual. Hoy al leer el evangelio de Marcos 10, 32-45, veo como Jesús anuncia su Pasión mientras suben a Jerusalén y como los discípulos Santiago y Juan pretenden ser los primeros, pidiendo al Maestro que les conceda sentarse en su gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda.

Al mirar esta tabla veo a Jesús solo, defendido tan solo por la bravuconearía de Pedro que después, sin embargo, lo negará. A la derecha el grueso de los discípulos corriendo asustados ante el oscuro momento. ¿Donde están ahora los que afirmaban que beberían el cáliz mismo de Jesús, los que serian bautizados con el mismo bautismo? Sin duda lo beberán y se bautizaran, pero antes han tenido que pasar por la infamia de haber abandonado a Jesús cuando la dificultad  le sobrevenía. Solo Juan estuvo al pie de la Cruz con María. 

Jesús para concluir les dice: Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos.

Aquí esta el secreto, no solo en ser fieles y no abandonar nuestra adhesión a Cristo sino actuar como Él mismo actuó. Beber el cáliz y bautizarnos con su bautismo no es esperar un martirio sangriento sino entregarnos al servicio de la justicia, a la humilde atención de las necesidades fraternas, a ser en definitiva un esclavo como quien se sometió en todo y, actuando como uno de tantos, sirvió y se entrego hasta el fin por nuestra salvación.

¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?


sábado, 20 de abril de 2013

Jesús y los discípulos


Jesús y los discípulos, 1308-1311. Obra de Duccio di Buoninsegna
Temple sobre tabla. 36,5 × 47,5 cm

La obra que hoy contemplamos pertenece al conjunto de "La Maestà" de la catedral de Siena ya citada en este apartado. Es considerada la obra maestra del pintor italiano Duccio di Buoninsegna. 

Quedar ante esta imagen y meditar el texto del evangelio san Juan que hoy nos propone la liturgia es un ejercicio de silencio, de pregunta y de respuesta.

¿También vosotros queréis marcharos? pregunta Jesús y Pedro responde, ¿adonde vamos a acudir? Tu tienes palabras de vida eterna.

Respondió Pedro por todos, uno por muchos, la unidad por todos sin excepción: Le respondió, pues, Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? ¿Nos rechazas de tu lado?, ¿Nos vas a dar otro tú? ¿A quién iremos? Si de ti nos apartamos, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. 

Mirad cómo Pedro, dice san Agustin, por donación de Dios, porque el Espíritu Santo ha vuelto a crearlo, ha entendido. ¿Por qué, sino, porque ha creído? Tú tienes palabras de vida eterna, pues tienes la vida eterna en el servicio de tu cuerpo y tu sangre. Y nosotros hemos creído y conocido. No hemos conocido y hemos creído, sino hemos creído y conocido, pues hemos creído para conocer, porque, si quisiéramos primero conocer y después creer, no seríamos capaces ni de conocer ni de creer. ¿Qué hemos creído y qué hemos conocido? Que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, esto es, que tú eres la vida eterna misma, y que en tu carne y sangre no das sino lo que eres.

Los discípulos estaban un tanto escandalizados por las palabras de Jesús, les escandaliza  que haya dicho: Os doy a comer mi carne y a beber mi sangre. ¿Si, pues, vierais al Hijo del hombre ascender adonde estaba antes? 

San Agustín comenta: ¿Qué significa esto? ¿Con esto resuelve lo que les había turbado? ¿Con esto aclara la causa que los había escandalizado? Con esto, sencillamente, en el caso que lo hubiesen entendido. Ellos, en efecto, suponían que él iba a distribuir su cuerpo; él, en cambio, dijo que iba a subir al cielo, por supuesto, integramente. "Cuando veáis al Hijo del hombre ascender adonde estaba antes", entonces veréis ciertamente que distribuye su cuerpo no del modo que suponéis, y entonces entenderéis ciertamente que su gracia no se consume a bocados. Y asevera: "El espíritu es quien vivifica; la carne no sirve de nada." El espíritu pone en movimiento  a las obras de la carne como su instrumento, así el hombre se vivifica en él, y éste actúa para su salvación.

jueves, 4 de abril de 2013

Aparición de Cristo a los apóstoles




Aparicion de Cristo a los apóstoles con la puerta cerrada. 1308-1311
Temple sobre madera.  39,5 x 51,5 cm
Museo dell'Opera del Duomo. Siena. Italia 

En aquel tiempo, contaban los discípulos lo que les había pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan.
Estaban hablando de estas cosas, cuando se presenta Jesús en medio de ellos y les dice:
- «Paz a vosotros.»
Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. Él les dijo:
- «¿Por qué os alarmáis;" ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo.



Aparicion de Cristo a los apóstoles mientras cenan. 1308-1311
Obra de Duccio di Buoninsegna
Temple sobre madera.  39,5 x 51,5 cm
Museo dell'Opera del Duomo. Siena. Italia 

Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo:
- «¿Tenéis ahí algo de comer?»
Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo:
- «Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse.»
Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió:
- «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto.

Estas dos obras que hoy contemplamos pertenecen a todo un conjunto diseñado por el genial pintor sienes Duccio di Buoninsegna en el siglo XIV.

Meditando esta mañana el evangelio de san Lucas veo en estas tablas representado las dos partes del texto. 

Por una parte Cristo aparece de manera milagrosa después de la resurrección y dice a los apóstoles, paz a vosotros, confortándolos ante el miedo que manifestaban pues aún no han asumido que el maestro ha resucitado. Por otra parte Cristo para manifestar que este hecho es real quiere manifestarselo con un acto tan cotidiano y común como compartir con ellos la comida. No soy un fantasma, tiene que decirles, creedme, dadme de comer.

La resurrección de Cristo es una realidad que nos desborda y nos llena de desasosiego cuando no sabemos o no queremos aceptarla, pero una vez experimentada el corazón se llena de gozo y lo único que quiere es proclamara. Jesús de nuevo viene, como veíamos ayer, a llamarnos torpes e incrédulos y a fortalecer nuestra fe a explicarnos las escritura y a que en su nombre se prediquemos la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos. Nosotros hemos de ser testigos de esto.

La Maestá de  Duccio di Buoninsegna, es una "pala d'altare" o retablo de altar, que se encuentra en la catedral de Siena. En ella se encuentran representados por el anverso la Virgen santísima con escenas de la vida de ésta, de la infancia de Cristo, santos y apóstoles.


En el reverso se encuentra, como tema principal la crucifixión  escenas de la pasión de nuestro Señor y el ciclo de Pascua y pentecostés. Esta realizada esta "pala d'altare" entre los años 1308-1311. La técnica empleada es temple y oro sobre tabla y mide en su totalidad 212 x 425 cm. 


Puede verse en el autor un tratamiento nuevo y más realista de la perspectiva en las diferentes escenas, imagenes luminosas y sencillas con una gran fuerza. En éstas series que hoy vemos las vestimentas de los discípulos son de tono pálido y las de Jesús son rojo carmesí, que simboliza su pasión, y morado o purpura para indicar su condición real. 

Duccio tuvo un continuador famoso, Simone Martini, que extendió su escuela más allá de Italia, ya que trabajó en Roma, Nápoles y Francia y extendió a otros lugares de Europa las características de la pintura sienesa, como son, la composición y el colorido de tradición bizantina y la linealidad gótica, que constituyen el antecedente del Gótico Internacional.