jueves, 4 de julio de 2013

El sacrificio de Isaac


El sacrificio de Isaac, 1603. Obra de Caravaggio
Óleo sobre lienzo,104 cm × 135 cm
Galería Uffizi, Florencia, Italia

Hoy la liturgia nos presenta el sacrificio de Isaac, (Génesis 22, 1-19) vemos como Dios ha sido fiel a su promesa concediendo a Abrahán un hijo de Sara. Ahora es Abrahán quien debe mostrar su fidelidad a Dios, estando dispuesto a sacrificar al hijo, como reconocimiento de que éste pertenece a Dios. El mandato divino parece un contrasentido: Abrahán ya había perdido a Ismael al marchar Agar de su lado; ahora se le pide la inmolación del hijo que le queda. Desprenderse del hijo significaba desprenderse incluso del cumplimiento de la promesa que veía realizado en Isaac. A pesar de todo, Abrahán obedece. Como última purificación de su fe se le pide al que había recibido la promesa que sacrifique al hijo que Dios le ha dado. Su fe no vacila: “Dios proveerá el cordero para el sacrificio” (Gn 22,8). Así, el padre de los creyentes se hace semejante al Padre que no perdonará a su Hijo, sino que lo entregará por todos nosotros (cfr Rm 8,32).

A Dios le basta ver la intención sincera de Abrahán de cumplir lo que se le pedía  Con ello es ya como si lo hubiera realizado. Si el detener la mano de Abrahán representaba ya una manifestación del amor de Dios, mayor aún es esa manifestación cuando permite la muerte de Jesús como sacrificio expiatorio por todos los hombres. 

En aquel carnero que Dios pone a disposición de Abrahán (vv. 13-14) vieron algunos Padres de la Iglesia una representación anticipada de Jesucristo, en cuanto que, como Cristo, aquel cordero fue inmolado para salvar al hombre. En este sentido escribía San Ambrosio: «¿A quién representa el carnero, sino a aquél de quien está escrito: “Exaltó el cuerno de su pueblo” (Sal 148,14)? (...) Cristo: Él es a quien vio Abrahán en aquel sacrificio, y su pasión lo que contempló. Así pues el mismo Señor dijo de él: “Abrahán quiso ver mi día, lo vio y se alegró” (cfr Jn 8,56). Por eso dice la Escritura: “Abrahán llamó a aquel lugar, El Señor provee”, para que hoy pueda decirse: el Señor se apareció en el monte, es decir, que se apareció a Abrahán revelando su futura pasión en su cuerpo, por la que redimió al mundo; y mostrando, al mismo tiempo, el género de su pasión cuando le hizo ver al cordero suspendido por los cuernos. Aquella zarza significa el patíbulo de la cruz» (De Abraham 1,8,77-78).

El sacrificio de Isaac es una pintura que en su tiempo escandalizó a Roma, a pesar de ser el sacrificio de Isaac un tema recurrente en el arte del barroco. El problema consistió en la reacción de Isaac, que hasta entonces había mostrado una actitud dócil ante su muerte, convirtiéndose en prefiguración de Cristo. Pero Caravaggio trata el asunto de otra forma, pues Abraham debe doblegar la resistencia de su vástago. La duda del patriarca es captada con maestría por el pintor, que logra representar de manera sublime. El espectador podrá presenciar con intensidad la angustia que irradia la escena.

miércoles, 3 de julio de 2013

La incredulidad de Tomás


La incredulidad de Tomás. 1543-1547. Obra de Francesco Salviati 
Óleo sobre tabla transferido a lienzo. 275 x 234 cm. 
Museo del Louvre, París. Francia


¡Señor mío y Dios mío!

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Sólo este discípulo estaba ausente y, al volver y escuchar lo que había sucedido, no quiso creer lo que le contaban. Se presenta de nuevo el Señor y ofrece al discípulo incrédulo su costado para que lo palpe, le muestra sus manos y, mostrándole la cicatriz de sus heridas, sana la herida de su incredulidad. ¿Qué es, hermanos muy amados, lo que descubrís en estos hechos? ¿Creéis acaso que sucedieron porque sí todas estas cosas: que aquel discípulo elegido estuviera primero ausente, que luego al venir oyese, que al oír dudase, que al dudar palpase, que al palpar creyese?

Todo esto no sucedió porque sí, sino por disposición divina. La bondad de Dios actuó en este caso de un modo admirable, ya que aquel discípulo que había dudado, al palpar las heridas del cuerpo de su maestro, curó las heridas de nuestra incredulidad. Más provechosa fue para nuestra fe la incredulidad de Tomás que la fe de los otros discípulos, ya que, al ser él inducido a creer por el hecho de haber palpado, nuestra mente, libre de toda duda, es confirmada en la fe. De este modo, en efecto, aquel discípulo que dudó y que palpó se convirtió en testigo de la realidad de la resurrección.

Palpó y exclamó: «¡Señor mío y Dios mío!» Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído?» Como sea que el apóstol Pablo dice: La fe es seguridad de lo que se espera y prueba de lo que no se ve, es evidente que la fe es la plena convicción de aquellas realidades que no podemos ver, porque las que vemos ya no son objeto de fe, sino de conocimiento. Por consiguiente, si Tomás vio y palpó, ¿cómo es que le dice el Señor: Porque me has visto has creído? Pero es que lo que creyó superaba a lo que vio. En efecto, un hombre mortal no puede ver la divinidad. Por esto, lo que él vio fue la humanidad de Jesús, pero confesó su divinidad al decir: ¡Señor mío y Dios mío! El, pues, creyó, a pesar de que vio, ya que, teniendo ante sus ojos a un hombre verdadero, lo proclamó Dios, cosa que escapaba a su mirada.

Y es para nosotros motivo de alegría lo que sigue a continuación: Dichosos los que crean sin haber visto. En esta sentencia el Señor nos designa especialmente a nosotros, que lo guardamos en nuestra mente sin haberlo visto corporalmente. Nos designa a nosotros, con tal de que las obras acompañen nuestra fe, porque el que cree de verdad es el que obra según su fe. Por el contrario, respecto de aquellos que creen sólo de palabra, dice Pablo: Hacen profesión de conocer a Dios, pero con sus acciones lo desmienten. Y Santiago dice: La fe sin obras es un cadáver.

San Gregorio Magno, Homilía 26 sobre los evangelios 

martes, 2 de julio de 2013

Cristo en la tempestad del mar de Galilea


Cristo en la tempestad del mar de Galilea, 1633. Rembrant
Óleo sobre lienzo. 160 x 127 cm. 
Paradero desconocido, robado del Isabella Stewart Gardner Museum, Boston. EE.UU.

El evangelio de hoy,  Mt 8, 23-27, nos narra un momento en el que los discípulos temen ante la aparente despreocupación del Señor. 

En aquel tiempo, subió Jesús a la barca, y sus discípulos lo siguieron.
De pronto, se levantó un temporal tan fuerte que la barca desaparecía entre las olas; él dormía.
Se acercaron los discípulos y lo despertaron, gritándole:
-«¡Señor, sálvanos, que nos hundimos!»
Él les dijo:
-«¡Cobardes! ¡Qué poca fe!»
Se puso en pie, increpó a los vientos y al lago, y vino una gran calma.
Ellos se preguntaban admirados:
-«¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y el agua le obedecen!»

El artista holandés Rembrandt produjo muchas obras de arte con la intención de describir muchos objetos y situaciones diferentes. No se limita a una forma de pinturas, sino ramificado desde retratos precisos casi psicologicos,  escenas descriptivas y paisajes históricos definidos a veces poco comunes.  Una de las pinturas que pueden definir esto es el  de la tormenta en el Mar de Galilea. Rembrandt pintó este cuadro detallado y expresivo en 1633. Especialmente la expresión que puso en cada uno de los individuos de la imagen es  un análisis del temor, el desasosiego y el ruego casi impaciente que contrastan con el de Cristo recién despertado y que serenamente les dirá, "hombres de `poca fe" porque y a que temeis. Obviamente, una tormenta se está librando y sus vidas están en juego pero, no es esto lo que puede dejarnos a la espera de la actuación de Cristo,es su presencia y su confianza la que deberían haber bastado para estar y vivir confiados. Algunos de los pescadores están luchando duro para mantener el control de su nave, algunos están muy asustados, mientras que otros están suplicando a Jesús para salvarlos. Una persona incluso parece que podría estar mareado y desesperado en exceso. Rembrandt fue capaz de representar todas las emociones de este grupo que estando atrapados en una terrible tormenta, no son capaces de sentir la presencia salvífica de Cristo

lunes, 1 de julio de 2013

Abraham y los tres ángeles


Abraham y los ángeles.s. XVI . Fabrizio Santafede
Óleo sobre lienzo.116 x176 cm
Coleccion Privada

La primera lectura de hoy me deja bastante pensativo y delante de esta imagen puedo pensar e en como Abraham trataba con Dios. Un Dios del que se había fiado, un Dios al que obedeció y un Dios que juez es a la vez misericordioso con el justo. Abraham trata con Dios con confianza, no con regateo, y buscando la justicia divina. 

Ponernos delante de Dios siempre puede enrojecernos, asustarnos, o incluso acostumbrarnos debido a nuestra inseguridad, pero cuando nos sabemos escuchados por Él encontramos un interlocutor que es a la vez juez justo, padre misericordioso y amigo cercano. La oración constante en su presencia es la via segura de comunicación independientemente de las manifestaciones o teofanias que el quiera regalarnos. Pero, ¿que mayor regalo que su Palabra leída, meditada, rezada y contemplada? ¿que mayor don teofánico que la eucaristía, Dios mismo presente y manifestado, dado en alimento para nuestra debilidad?

Cuando los hombres se levantaron de junto a la encina de Mambré, miraron hacia Sodoma; Abrahán los acompañaba para despedirlos.
El Señor pensó:
-« ¿Puedo ocultarle a Abrahán lo que pienso hacer? Abrahán se convertirá en un pueblo grande y numeroso, con su nombre se bendecirán todos los pueblos de la tierra; lo he escogido para que instruya a sus hijos, su casa y sucesores, a mantenerse en el camino del Señor, haciendo justicia y derecho; y asÍ cumplirá el Señor a Abrahán lo que te ha prometido.»
El Señor dijo:
-«La acusación contra Sodoma y Gomorra es fuerte, y su pecado es grave; voy a bajar, a ver si realmente sus acciones responden a la acusación; y si no, lo sabré.»
Los hombres se volvieron y se dirigieron a Sodoma, mientras el Señor seguía en compañía de Abrahán.
Entonces Abrahán se acercó y dijo a Dios:
-«¿Es que vas a destruir al inocente con el culpable? Si hay cincuenta inocentes en la ciudad, ¿los destruirás y no perdonarás al lugar por los cincuenta inocentes que hay en él? ¡Lejos de ti tal cosa!, matar al inocente con el culpable, de modo que la suerte del inocente sea como la del culpable; ¡lejos de ti! El juez de todo el mundo, ¿no hará justicia?»
El Señor contestó:
-«Si encuentro en la ciudad de Sodoma cincuenta inocentes, perdonaré a toda la ciudad en atención a ellos.»
Abrahán respondió:
-«Me he atrevido a hablar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza. Si faltan cinco para el número de cincuenta inocentes, ¿destruirás, por cinco, toda la ciudad?»
Respondió el Señor:
-«No la destruiré, si es que encuentro allí cuarenta y cinco.»
Abrahán insistió:
-«Quizá no se encuentren más que cuarenta.»
Le respondió:
-«En atención a los cuarenta, no lo haré.»
Abrahán siguió:
-«Que no se enfade mi Señor, si sigo hablando. ¿Y si se encuentran treinta? »
Él respondió:
-«No lo haré, si encuentro allí treinta.»
Insistió Abrahán:
-«Me he atrevido a hablar a mi Señor. ¿Y si se encuentran sólo veinte? »
Respondió el Señor:
-«En atención a los veinte, no la destruiré.»
Abrahán continuó:
-«Que no se enfade mi Señor si hablo una vez más. ¿Y si se encuentran diez? »
Contestó el Señor:
-«En atención a los diez, no la destruiré.»
Cuando terminó de hablar con Abrahán, el Señor se fue; y Abrahán volvió a su puesto.

Génesis 18, 16-33

domingo, 30 de junio de 2013

La vocación de Eliseo


"Historiale Biblia" 1732,  Petrus Comestor 
Tinta sobre pergamino
Koninklijke Bibliotheek , La Haya. Países Bajos 

La historia de la llamada de Eliseo que hoy leemos en la liturgía, (1Rey. 19, 15-21) se complementa con el evangelios ( Lc 9, 51-62) y la respuesta al seguimiento de Cristo. Es un relato vocacional, como tantos en la Biblia, pero con peculiaridades y sobre todo una misión como vocación profética. Vivir segun el Espíritu, como dice san Pablo, ( Gal. 5, 1. 13-18) ha de hacernos profetas y misioneros. Quien vive segun el Espíritu vive una vocación en la libertad: no en una libertad para que se aproveche la carne; al contrario, para ser esclavos unos de otros por amor. 

La vocación en Eliseo es total. Eliseo no puede volver atrás, porque ya es de Dios, ha sido segregado para una misión. Ha sido ungido con el manto profético, y no hay demoras. La vocación de Eliseo es un llamado al cambio radical, cambio que se manifiesta en la acción siguiente.  "Volvió atrás Eliseo, tomó la yunta de bueyes y los ofreció en sacrificio. Con el yugo de los bueyes asó la carne y la entregó al pueblo para que comieran. Luego se levantó, siguió a Elías y le servía." (19. 21)

El manto, en este caso, es desposorio de Eliseo con Yahvé, pero mucho más que eso; es posesión que toma Dios de Eliseo, es seducción que lo obliga, es relación carnal en el sentido de intimidad. Eliseo ya no podrá separarse de Dios. "Entonces Eliseo abandonó los bueyes y echó a correr tras Elías, diciendo: “Déjame ir a besar a mi padre y a mi madre y te seguiré”. Le respondió: “Anda y vuélvete, pues ¿qué te he hecho?” (19.20)

Eliseo sacrifica los bueyes y quema el yugo, o sea, se queda sin trabajo. Ya no puede arar más. Ha cambiado radicalmente su vida en pos del seguimiento de Elías, que es seguimiento de Yahvé. Si era rico, se ha vuelto pobre. Y más aún, se ha convertido en siervo de un perseguido político, o sea, se ha rebajado completamente, para asumir desde allí su misión. No es ni siquiera discípulo de Elías; es su servidor. Ha dejado atrás lo antiguo, su trabajo y su casa, su familia. Comienza un nuevo camino porque considera que Yahvé es el valor absoluto, y lo demás es relativo.

La repartición de la carne es un gesto de intimidad con el pueblo, es compartir la mesa. Eliseo ha sido llamado para ser profeta de su tierra, ha sido llamado a un compromiso que es religioso y que es social. Cambia su vida radicalmente para donarse radicalmente en servicio de lo divino y del Pueblo. Ya no puede volver porque ha quemado su vida antigua y ha repartido lo que tenía. Ahora sólo puede dar su persona.

sábado, 29 de junio de 2013

San Pedro y san Pablo


San Pedro y san Pablo, 1618-20. José de Ribera "el españoleto"·
Óleo sobre lienzo, 126 x 112 cm
Museo de BB. AA. Estrasburgo. Francia

Celebramos hoy la solemnidad de san Pedro y san Pablo, a quienes la liturgia llama "los principes de la Iglesia", grandes testigos de Jesucristo y, anunciadores del evangelio. Son las dos columnas del edificio de la fe cristiana. Dieron su vida por Jesús y gracias a ellos el cristianismo se extendió por todo el mundo. Ellos nos invitan hoy a hacer una solemne confesión de fe en la Iglesia una, santa, católica y apostólica, en esta fiesta de la catolicidad.

Pedro, el amigo vehemente y apasionado de Jesús, es el hombre elegido por Cristo para ser “la roca” de la Iglesia: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” ( Mt 16,16). Aceptó con humildad su misión hasta el final, hasta su muerte como mártir. 

Pablo, el perseguidor de Cristianos que se convirtió en Apóstol de los gentiles, es un modelo de ardoroso evangelizador para todos los católicos porque después de encontrarse con Jesús en su camino a Damasco, se entregó sin reservas a la causa del Evangelio.

Ellos, fundamento de la Iglesia, demuestran su grandeza en el sufrimiento (que es la suprema prueba de la vida). No vivieron un cristianismo alienante; su existir fue duro y conocieron muchas tensiones. Una vez dado el sí a Jesucristo, no se hicieron atrás. Entregaron la vida por la comunidad (por el Cuerpo de Cristo, por Cristo). Se puede notar como en el sufrimiento, a semejanza de Cristo, recibieron el consuelo del ángel y se dieron cuenta de la salvación.

Pablo, hombre de tierno corazón bajo formas exteriores duras, está próximo a la muerte, pero no tiene miedo, no se arrepiente de nada, sino que está contento de haber luchado y de haber aguantado firme en la fe. Es el Señor quien le ha ayudado y le ha dado fuerzas para anunciar el mensaje.

Aquí la homilía de Benedicto XVI en la Basílica Vaticana el Viernes 29 de junio de 2007, Solemnidad de los Apóstoles Pedro y Pablo. 

En el cuadro que hoy proponemos, San Pedro y San Pablo aparecen con sus respectivos atributos: la espada y las cartas para Pablo y las llaves para Pedro. Están enfrentados en una viva discusión por un texto bíblico que aparece en el centro de la composición, convirtiéndose en el eje del aspa con el que se estructura la escena. San Pedro aparece en la izquierda, representado como un hombre anciano, calvo y con barba. Posiblemente se trata del mismo modelo que utilizó Ribera para su San Pedro del apostolado incompleto. Por su parte, en la derecha, San Pablo se representa como un hombre maduro y barbado, pudiendo tratarse también del mismo modelo del apostolado. Una vez más, Ribera se interesa por resaltar los detalles, los libros, la llave, la espada que resurge del fondo, haciendo hincapié en el naturalismo que le carcateriza. Tampoco es despreciable la belleza del efecto de luces y sombras que emplea, tomando un foco de luz procedente de la izquierda para bañar a los personajes y los objetos y mantener en penumbra el resto de la composición. De esta manera se refuerza el momento de tensión que alcanza la discusión de los santos. Las tonalidades oscuras empleadas, entre las que destaca el manto rojo y la túnica verde de San Pablo, son herencia de Caravaggio, el maestro que influyó en las primeras etapas de la producción del españoleto aunque el maestro valenciano particularice de manera única su propio estilo. 

El lienzo debía estar en el Monasterio de El Escorial al ser citado en la antesacristía por el padre Santos en 1657. Desapareció en la Guerra Napoleónica pero tuvo gran importancia en España, como se deduce del amplio número de copias existente.

viernes, 28 de junio de 2013

La Creación


 Tapiz de la Creación, Siglo XI - XII, 
Tapiz , 365 x 470 cm
Catedral de Gerona, Gerona. España

Hoy celebra la Iglesis a san Ireneo de Lyon, quien educado en Esmirna; fue discípulo de la San Policarpo, obispo de aquella ciudad, quién a su vez fue discípulo del Apóstol San Juan. En el año 177 era presbítero en Lyon (Francia), y poco después ocupó la sede episcopal de dicha ciudad. Recibió la palma del martirio, según se cuenta, alrededor del año 200.

Las obras literarias de San Ireneo le han valido la dignidad de figurar prominentemente entre los Padres de la Iglesia, ya que sus escritos no sólo sirvieron para poner los cimientos de la teología cristiana, sino también para exponer y refutar los errores de los gnósticos y salvar así a la fe católica del grave peligro que corrió de contaminarse y corromperse por las insidiosas doctrinas de aquellos herejes.

La imagen de hoy nos centra en el personaje principal del tapiz, Jesús, representado como un hombre muy joven y sin barba. A su alrededor hay ocho escenas radiales acompañadas por inscripciones del Génesis desde los días de la creación del mundo hasta la creación de Eva. Encima del Pantocrátor se ven los primeros días del Génesis, cuando el hombre aún no había sido creado: el espíritu de Dios en forma de paloma sobrevolando el agua y, a sus lados, los ángeles de la luz y de las tinieblas con una antorcha, el firmamento y la separación del cielo y de las aguas. Debajo de Cristo hay un fragmento mayor que contiene la creación del mundo animal y vegetal y, a sus lados, Adán y los animales saltando a sus pies; la otra escena es la creación de Eva, que, estando dormido Adán, le sale de una costilla; delante de ellos tiene el árbol del conocimiento del bien y del mal.

Esta imagen viene a mi memoria debido al texto de san Ireneo que leia esta mañana y que dice así:

La claridad de Dios vivifica y, por tanto, los que ven a Dios reciben la vida. Por esto, aquel que supera nuestra capacidad, que es incomprensible, invisible, 'se hace visible y comprensible para los hombres, se adapta a su capacidad, para dar vida a los que lo perciben y lo ven. Vivir sin vida es algo imposible, y la subsistencia de esta vida proviene de la participación de Dios, que consiste en ver a Dios y gozar de su bondad.

Los hombres, pues, verán a Dios y vivirán, ya que esta visión los hará inmortales, al hacer que lleguen hasta la posesión de Dios. Esto, como dije antes, lo anunciaban ya los profetas de un modo velado, a saber, que verán a Dios los que son portadores de su Espíritu y esperan continuamente su venida. Como dice Moisés en el Deuteronomio: Aquel día veremos que puede Dios hablar a un hombre, y seguir éste con vida.

Aquel que obra todo en todos es invisible e inefable en su ser y en su grandeza, con respecto a todos los seres creados por él, mas no por esto deja de ser conocido, porque todos sabemos, por medio de su Verbo, que es un solo Dios Padre, que lo abarca todo y que da el ser a todo; este conocimiento viene atestiguado por el evangelio, cuando dice: A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

Así, pues, el Hijo nos ha dado a conocer al Padre desde el principio, ya que desde el principio está con el Padre; él, en efecto, ha manifestado al género humano el sentido de las visiones proféticas, de la distribución de los diversos carismas, con sus ministerios, y en qué consiste la glorificación del Padre, y lo ha hecho de un modo consecuente y ordenado, a su debido tiempo y con provecho; porque donde hay orden allí hay armonía, y donde hay armonía allí todo sucede a su debido tiempo, y donde todo sucede a su debido tiempo allí hay provecho.

Por esto, el Verbo se ha constituido en distribuidor de la gracia del Padre en provecho de los hombres, en cuyo favor ha puesto por obra los inescrutables designios de Dios, mostrando a Dios a los hombres, presentando al hombre a Dios; salvaguardando la invisibilidad del Padre, para que el hombre tuviera siempre un concepto muy elevado de Dios y un objetivo hacia el cual tender, pero haciendo también visible a Dios para los hombres, realizando así los designios eternos del Padre, no fuera que el hombre, privado totalmente de Dios, dejara de existir; porque la gloria de Dios consiste en que el hombre viva, y la vida del hombre consiste en la visión de Dios. En efecto, si la revelación de Dios a través de la creación es causa de vida para todos los seres que viven en la tierra, mucho más lo será la manifestación del Padre por medio del Verbo para los que ven a Dios.

San Ireneo de Lyon, Tratado contra las herejías